R Á F A G A
JORGE HERRERA VALENZUELA
NO SEAN TERCOS, USEN ELCUBREBOCAS. LA MUERTE EN ACCIÓN
La fiesta terminó. Los centros nocturnos, los cabarets, los restaurantes, se vaciaron en minutos. La gente corría, gritaba, se tropezaba y caía en las banquetas. Comenzó el ulular de las sirenas de las ambulancias, de las patrullas policíacas, de los carros de bomberos. Todo en la obscuridad. Los cables conductores de energía eléctrica se vinieron por tierra. Era la madrugada del domingo 28 de julio de 1957.
El Centro de la Capital Mexicana y muchas calles de diversas colonias, eran un escenario de gritos, llantos y un caos total. La gente se desplazaba, caminando o en automóvil. Todos buscaban comunicación con sus familiares o amigos, sin conseguirlo. Las líneas telefónicas estaban sin servicio. Obvio, no existían los celulares. En la Colonia Roma se desplomaron edificios de departamentos habitados; cayeron muchas bardas de las casas.
Faltaban 19 minutos para las tres de la mañana cuando se produjo el movimiento telúrico, que de temblor pasó a terremoto. Despertaron alarmados los integrantes de las familias que plácidamente dormían. Muchos otros bailaban, bebían, mientras otros cenaban después de asistir al cine, al teatro o simplemente en plan romántico. Muchos trabajaban en los hospitales, en los talleres de los periódicos, en las cabinas de radio y de televisión. Los taxistas esperaban clientes en las puertas de los cabarets.
LA TORRE LATINOAMERICANA Y EL ÁNGEL
Este terremoto fue la primera prueba para la recién inaugurada Torre Latinoamericana, obra máxima de la ingeniería y arquitectura mexicanas. La construcción más alta de México y de América Latina, en el comienzo de la segunda mitad del Siglo XX. Ni un solo daño, como tampoco los ha tenido en los sismos de 1985 y de 2019, los más fuertes de una serie de esos eventos en la Ciudad de México. La Torre Latinoamericana entró en servicio en sus 44 pisos el 30 de abril de 1956. Lo único que actualmente no funciona, desde hace años, es el reloj eléctrico que está en la cúspide del edificio, ubicado en la Avenida Madero y Eje Central Lázaro Cárdenas.
El que no resistió el terremoto fue el Monumento a la Independencia, conocido como La Glorieta de El Ángel, la estatua también llamada La Victoria Alada, de casi siete metros de altura, colocada a 44 metros del piso, “voló” y quedó despedazada sobre la banqueta circundante de Paseo de la Reforma y las calles Río Tíber y Florencia, Colonia Juárez, del Distrito Federal. Fue inaugurada el 16 de Septiembre de 1910, con motivo del Centenario del Movimiento Insurgente encabezado por Miguel Hidalgo.
Este Monumento del Ángel es uno de los símbolos que identifican, internacionalmente, a la Ciudad de México. Fue proyectado por el nayarita Antonio Rivas Mercado, quien falleció en 1927. La escultura fue obra del italiano Enrique Alciati y también participó en la construcción el ingeniero hidalguense Roberto Gayol y Soto. Restaurada La Victoria Alada fue reinaugurada el 16 de Septiembre de 1958, siendo presidente don Adolfo Ruiz Cortines. Recordemos que fue Porfirio Díaz el que ordenó la obra como también la del Hemiciclo a Juárez, inaugurado en 1910.
SE ALOCÓ LA ELEFANTA
En uno de los predios de Buenavista, al Norte de la Capital, donde estuvo la Estación Ferroviaria, había un circo. Las jaulas de los animales se desplazaron algunos metros, los daños al interior de la gran carpa se resintieron en las gradas de madera. Lo inédito, un tanto curioso si se me admite el calificativo, es que la elefanta que participaba en las funciones y era una de las atracciones entre el público infantil, se zafó de su cadena y salió despavorida, corriendo velozmente, por las calles del rumbo.
“Judy” era su nombre. Se trastornó y corrió sin freno alguno. Chocó contra las paredes de las casas y se estrelló en los automóviles estacionados. Se fue por la calzada Ribera de San Cosme. Quisieron detenerla. Pretendieron lazarla con cables. Imposible cualquier intento. Uno de los policías preventivos tuvo la ocurrencia de hacer un disparo y el animal enloqueció. Finalmente cuando estaba próxima a la Avenida Insurgentes Norte, si mal no recuerdo, determinaron darle muerte a tiros.
Las ambulancias de la Cruz Roja y las de la Cruz Verde, ésta era del gobierno local, trasladaron a los heridos a diferentes hospitales. Trabajaron hasta las primeras horas de la mañana. La Cruz Roja estaba en la esquina de Monterrey y Colima. La Verde tenía el Hospital Rubén Leñero y el Puesto Central, ubicado éste en la esquina de Revillagigedo y Victoria. También se dio atención de emergencia en hospitales privados. Días posteriores se informó que los heridos sumaban alrededor de 2,500 y murieron 700 personas, según cifras oficiales.
Varios de los edificios del Multifamiliar Benito Juárez, en la Colonia Roma, se desplomaron. También cayó por tierra más de la mitad del edificio de departamentos habitados de Frontera 123; fuertes daños registró el edificio de Insurgentes Sur 377. Las estructuras de los cines Encanto, Tintán y el cine-teatro Roble, de Paseo de la Reforma, sufrieron fracturas. Varios edificios del Instituto Politécnico Nacional, en el Casco de Santo Tomás, requirieron reconstrucción.
El Regente Ernesto P. Uruchurtu para las ocho de la mañana tenía un informe completo y detallado, mismo que fue entregado al presidente don Adolfo Ruiz Cortines. El apoyo oficial fue inmediato. Cuadrillas de trabajadores del Departamento del D.F. actuaron con rapidez para retirar los escombros. En pocos meses hubo una respuesta favorable a los damnificados. El Ángel (o La Victoria Alada) volvió a lucir esplendorosamente en lo más alto de la Columna de la Independencia.
jherrerav@live.com.mx