Jorge Miguel Ramírez Pérez
Se dio la voz de arranque de iniciar disturbios en la UNAM y en vez de causar indignación porque se están repitiendo los sucesos de 1968, todos comentan la señal de alarma como algo imparable y cuando ya ha sido asimilado como imparable, entonces sigue la segunda etapa, hacer de los disturbios de un estudiantado mediocre autoclausurado al conocimiento científico y empalagado de la mala digestión de rollos facilones; la causa para retroceder mas en esa institución, que insiste en existir a espaldas de la realidad mexicana
Porque las universidades públicas principalmente son centros de actividades políticas y electorales, donde autoridades, maestros, dizque investigadores, empleados y alumnos se dedican en su mayoría a la grilla. La aportación verdaderamente productiva es escasa.
Son los grupos apoderados de las rectorías, facultades y escuelas profesionales cotos exclusivos de verdaderas mafias, que no dejan pasar a nadie solo a los conjurados. Le llaman “autonomía” a la capacidad de hacer lo que se les antoja con las instalaciones, programas y presupuestos en absoluto generados institucionalmente, todo proveniente de los contribuyentes que no son tomados en cuenta para nada; ante un monstruo insaciable. No hay dinero que les alcance, ni maestros que cumplan con las asistencias.
En las universidades públicas pasa lo mismo que con los diputados, se la llevan de lujo rectores y directores; profesores favoritos, dizque investigadores –con producción paupérrima- amigos y amigas en viajes al exterior, congresos que son borracheras a cargo del erario sin rendirle cuentas a nadie. Eso es la práctica desde Díaz Ordaz, que fue el último que quiso gobernar y le fue tan mal, que recurrió a las prácticas energúmenas que era lo que querían los provocadores golpistas del 68 y lo lograron.
Pero hoy no se aprende la lección, porque el 68 está idolatrado, sobredimensionado en el colectivo imaginario, nadie sabe, nadie supo bien, algo. Hablan de ese movimiento los que lo desconocen o lo conocen de oídas.
El movimiento de 1968 padeció de una interpretación subjetiva, medio poética y centrada en los crímenes, que fueron reprobables; pero nadie ha hablado de las razones del poder para llegar de un pleito escolar a un golpe de estado, que sentó en la presidencia a Luis Echeverría y con él, al proyecto de endeudar a los mexicanos como forma de vivir sometidos.
Porque una vez en el poder Echeverría instruyó para que en 1971 se programara una masacre. Después de la refriega violenta, nadie se volvió a levantar durante su sexenio argumentando razones estudiantiles.
La algarada de hoy es clara, tiene varios objetivos: uno central, destituir al oftalmólogo Enrique Grau el rector impuesto por el zedillista, y exrector el siquiatra Juan Ramón De la Fuente, pronto a destierro de lujo, a perder el tiempo en la obsoleta ONU; para que se olvide de la UNAM.
Grau como sus antecesores incluyendo al doctor Narro, que se la creyó y pretendía ser candidato a la presidencia, no pudieron ni siquiera recuperar instalaciones emblemáticas de la UNAM, en manos de narcotraficantes de baja estofa. ¡Uy que miedo!
Pero no hace falta enlistar los rectores incapaces de transformar esa llamada primera Casa de Estudios, que no avanza El lector puede recordar a muchos de ellos, casi todos, encabezando secretarías de estado que no tuvieron una sola reforma benéfica, ni resultados a la altura de lo que marcaban las credenciales académicas que ostentaban. A Carpizo que fue secretario de Gobernación y antes procurador, se le recuerda sobre todo por su explicación absurda e infantil del crimen del cardenal Posadas.
Y a falta de una forma civilizada para sacar a Grau que no es del agrado del nuevo poder, se recurre al porrismo, el mismo recurso protofascista que se usó desde Nabor Carrillo cuando era rector con los Gama, en el 68 con los de Gobernación: el Superman, Murat, el Macucas, León de la Selva, el Olague, o el Viceroy. Castro Bustos y posteriormente Imaz, el Mosh y otros perniciosos que además ya traían mal digeridos los rollos antiguos de la república española, para la que la UNAM fue su escondrijo.
De verás que hace falta una historia real de las pandillas de la UNAM y las del Politécnico, que han generado no solo hampones internacionales, sino funcionarios influyentes entre los que se han colado no hace mucho en Gobernación unos cuantos.
Porque no ha cambiado el asunto, porque después de identificar la policía federal a dos de los porros de los hechos violentos de la semana pasada y detenerlos; al entregarlos al procurador, capitalino en unas horas ya están libres, para asombro de los que creen que lo que viene es diferente. Para que vea usted, la orquestación del poder en este asunto de pena propia.
Y así están también los estados del país soliviantando el porrismo que se incuba en la dizque autonomía universitaria y en las autoridades que las dirigen, que son los verdaderos jefes de esas hordas que ni estudian ni dejan estudiar a los que quieren.
Porque las universidades reproducen caricaturas de partidos políticos que intentan con los infaltables porros, que se adopten los “resolutivos” dicen, de naderías, esperando la consigna de actuar como los jóvenes maoístas en la revolución cultural, linchando políticamente –por ahora- a los que están en la lista negra de los que mandan.
Ya deben estar temblando las élites de rectores que se le opusieron a López Obrador y que de todas maneras creen que podrán chantajearlo con más presupuesto. Grupos de poder perdido, que se aferran al PRI y a sus propios partidos, que no se dan cuenta que ya se cayeron.
Lo grave es que sigue vigente la violencia y la mediocridad en vez de un balance crítico de esas malas administraciones. En este escenario desaseado se habla de que el nuevo poder ya decidió entregar la Universidad a John Ackerman un amlover de hueso colorado.
Otra institución más que se va a perder. Ojalá cambien de parecer y primero se defina lo que se quiere para la educación superior, sin darle la prioridad al discurso de quítate tu porque me toca a mí.