Joel Hernández Santiago
Hasta 1934 el periodo presidencial en México era de cuatro años sin reelección. Fue con Lázaro Cárdenas cuando este lapso cambio a seis años. Así, él gobernó al país hasta 1940.
Le siguió Manuel Ávila Camacho. Un político diametralmente opuesto a las políticas sociales del michoacano. Y no porque “Tata, Lázaro” hubiera querido; de hecho él quería que le sucediera Francisco J. Múgica, otro michoacano afín a su línea de pensamiento.
Pero Estados Unidos comenzó a presionar al gobierno mexicano mediante amenazas de toda índole para evitar la continuación de un gobierno “de izquierda” en México, lo que les generaba pánico por aquello del ‘comunismo en el patio trasero’.
En adelante la vida política en México habría de medirse en un sistema métrico sexenal, porque cada sexenio presidía al país un hombre diferente, aunque se mantuviera la dictadura de un sólo partido y la democracia fuera un sueño guajiro mientras existía el famoso “dedazo”.
Y cada presidente le imprimía su personalidad propia a su gobierno. Aplicaban las reglas de la continuidad partidaria en el caso del priismo hasta 2000 y más tarde los panistas por doce años.
En 2018 llegó Andrés Manuel López Obrador después de muchos años de hacer campaña para conseguir la presidencia de México.
Prometió que todo sería diferente. Que ya nada sería igual. Que la vida del país caminaría hacia al paraíso terrenal en donde todos los mexicanos fueran felices. Y ya desde que ganó la presidencia en julio de 2018, y por acuerdo de impunidad con Peña Nieto, comenzó a gobernar.
Todavía está por estudiarse con detenimiento lo que fue y lo que significó el gobierno de López Obrador para México. A lo más que llegamos por ahora es a saber cómo le fue en la feria a cada uno de los mexicanos.
Si eran afines a la 4-T, todo bien y con privilegios; si oponentes a la 4-T mal, porque comenzó una persecución cruenta en contra de todo lo que fuera crítica-análisis-propuestas diferentes: “Conservadores”, “adversarios”, “herederos del pasado”, “fifís”…
La polarización fue la regla. El desahogo. La venganza. La prepotencia y el absurdo de la mentira como forma de gobierno.
Se agravió incluso a quienes votaron por la 4-T en julio de 2018 y a quienes desde la izquierda razonada, histórica y prospectiva veían en esa 4-T lo opuesto al razonamiento social, de justicia, democracia e igualdad que nutre al izquierdismo ideológico, entre otras muchas razones.
Epítetos al por mayor en contra de quienes comenzaron a hacer observaciones críticas al régimen en turno, el de la 4-T, que construyó su fuerza política con base en los pobres, que son su capital político-electoral y, por lo mismo, intocables en su situación de pobreza: Mientras sigan siendo pobres –o más de ellos- mejores resultados electorales, como ocurrió en 2024.
López Obrador dejó a una presidenta en México. Una presidenta totalmente consecuente con sus ideas y sus propuestas. ¿Cuáles son? Se resumen en una sola: Mantenerse en el poder.
El país es aparte y su gente son aparte. Y regla de oro: “dejar hacer y dejar pasar” en modo “abrazos, no balazos” aunque ya no se mencione así a la regla. En poco más de seis años creció de forma desproporcionada el crimen organizado en el país; los homicidios dolosos se fueron al alza; las políticas públicas se transformaron en políticas de construcción monumentales: AIFA, Tren Maya, Dos bocas, Interoceánico… que siguen invictas. No producen ni sirven.
A cambio se sacrificaron los sistemas de salud que quedaron en crisis, con un enorme saldo en vidas; falta de medicamentos para la población y en particular para quienes sufren enfermedades extremas: cáncer, VIH… niños con cáncer…
El sistema público de salud está en crisis más que evidente, el cual es un sistema de salud para la gente sin recursos y que no puede pagar la salud privada. La educación pública en México vive una de sus peores crisis en la historia…
… Se impone en la SEP a gente afín a la 4-T como pago de cuotas por servicios prestados aunque no tengan la mínima capacidad ni vocación para sacar adelante la educación, que hace que un país crezca, se desarrolle, se enriquezca en conocimiento, en ciencia, tecnología, cultura y humanismo.
La herencia que dejó el sexenio anterior traspasa niveles lógicos de razón y respeto por las instituciones y la República.
La presidente de México decidió tener su propia celebración del aniversario de la Constitución Mexicana el 5 de febrero. Excluyó por capricho a una de las partes esenciales de esa Constitución que nos reconoce como República: al Poder Judicial. Inquinas heredadas. Rencores heredados.
Obediencias sin límite. Agravios al país mismo y a las instituciones que costaron años y muchas vidas y dolores y sangre para construirlas.
De un plumazo se decide que ya no hay República. Así, ni más ni menos. El sistema métrico sexenal ya no lo es, qué bueno. Pero por desgracia hoy vemos que el sexenio anterior se prolonga al presente, con toda su arrogancia, virulencia, obediencia y un supuesto superpoder presidencial.
La presidenta hace alusión victoriosa de su herencia y de su mandato. Aplaude l ex presidente de México. Y aplaude que destituyan a un fiscal de un estado del país, simple y sencillamente porque es tiempo de venganza.
La democracia, el buen gobierno, la fortaleza y la unidad nacional se construyen con gobiernos sólidos, firmes, democráticos, justos; un gobierno de una mayoría para todos. Sin odios ni rencores. Sin mentiras ni ocultamientos. Sin arrogancia y soberbia.