México ha dado algunos pasos en el sector tecnológico, pero la realidad es que seguimos lejos de ser una potencia independiente. Aunque nos gusta presumir de avances en transformación digital y colaboraciones internacionales, la dependencia de empresas extranjeras y la falta de una visión realista nos mantienen atados a viejas prácticas. Lo que se ha hecho bien no es suficiente; el potencial está, pero las acciones no corresponden a las ambiciones.
Sí, nuestro país exporta servicios de tecnologías de la información (IT) y crece a una tasa promedio anual del 11.2% en este sector. Pero, ¿es eso suficiente cuando solo el 6% de nuestras Pymes adoptan tecnologías de información? Estamos construyendo un líder de papel, uno que depende de apoyos externos y estructuras gubernamentales que sofocan el verdadero potencial del sector privado.
Las iniciativas recientes, como la agenda de desarrollo científico y tecnológico, buscan consolidar sectores como la industria automotriz, espacial y de semiconductores, promoviendo la generación de empleos y la educación especializada. Además, el gobierno actual ha promovido instituciones como la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, y la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones, con el objetivo de fortalecer el ecosistema tecnológico nacional. Sin embargo, estas iniciativas, aunque pomposas, están llenas de burocracia, centralismo y promesas vacías que dejan fuera al verdadero motor del cambio: el mercado.
Por otro lado, el “Plan México 2030” promete una revolución industrial y tecnológica en el país. Entre sus metas destacan:
• Incrementar la inversión industrial al 28% del PIB y generar 1.5 millones de empleos en sectores clave como la manufactura y los semiconductores.
• Duplicar la capacidad de producción de semiconductores y liderar una misión espacial 100% latina.
• Alcanzar un 54% de energía limpia para 2030, fomentando la generación distribuida y las tecnologías renovables.
• Impulsar la electromovilidad y la infraestructura para vehículos eléctricos, incrementando el contenido nacional en la fabricación de autopartes.
Todo esto suena muy bien en papel, pero aquí es donde el romanticismo gubernamental y la realidad se enfrentan. Este modelo hiperintervencionista, por más que promueva grandes cifras, no aborda los verdaderos retos de fondo: la soberanía tecnológica, la ciberseguridad y la eliminación de barreras regulatorias. Las metas son ambiciosas, pero carecen de sustancia cuando el aparato estatal sigue entorpeciendo la libertad de los actores privados.
¿Cómo pretendemos liderar en semiconductores si nuestras Pymes apenas adoptan tecnologías de información? ¿Cómo seremos independientes si dependemos de aprobaciones centralizadas y marcos regulatorios obsoletos? Con solo el 6% de las Pymes utilizando IT, necesitamos algo más que promesas grandilocuentes: necesitamos incentivos reales, educación digital y menos burocracia.
Lo único que necesitamos es un modelo con sentido común: promoviendo la colaboración público-privada sin sofocar a las empresas con regulaciones absurdas; fomentar la alfabetización digital para que los emprendedores se empoderen sin depender de papá gobierno; y asegurar que la innovación sea el resultado de un mercado libre y competitivo, no de un mandato político.
El progreso real no vendrá de más secretarías ni de planes centralizados, sino de liberar el potencial de quienes están dispuestos a innovar.
México tiene el potencial para liderar en innovación y transformación digital, pero solo si dejamos de depender de viejos paradigmas y adoptamos un enfoque donde la soberanía tecnológica sea una consecuencia natural de la libertad económica. Es hora de que entendamos que el verdadero progreso no está en los planes quinquenales, sino en liberar el talento y la creatividad de los mexicanos.