DIARIO DE ANTHONY
7: 00 p.m. Hay partes de este libro –escrito por un tal Jonathan C. Brown- que no logro “entender”, y que por lo tanto me preocupa y me hace sentir no sé qué. Partes que “hablan” de lo que siempre he pensado, pero que a la hora de querer “explicarlo” ¡no he podido!
Llevo mucho de mi diario atrasado. Me habría gustado mucho haberlo publicado conforme lo fui escribiendo. Hoy, ayer, anteayer… Y es que, ah… ¡Maldita sea! Mi cada día es como un roller coaster. Abajo y arriba, arriba y abajo.
A continuación trataré de reproducir –sin el permiso de ese marica o de su editorial- partes que “me preocupa” compartir contigo y… Sólo espero que no me lleven a la cárcel por reproducir todo esto de manera textual. Aquí está: (Mierda. ¡Toda la primera parte es muy interesante! No sé qué escribir y qué no).
“México y otros países latinoamericanos comparten una característica común: sus sociedades nacieron y crecieron en una extrema diversidad social. (Todo esto me mata de la risa). Cada mexicano busca su identidad entre la pluralidad y la desigualdad -(Mierda y recontramierda)- sociales de un orden colonial multirracial. Muchos grupos raciales, étnicos, regionales e incluso lingüísticos conforman la herencia del país. Octavio Paz ha escrito que México es “la historia del hombre que busca su filiación, su origen” (Je je je. Pinche Octavito Pacito). Históricamente, el problema de mantener la unidad entre gente tan distinta, desde el periodo anterior a la conquista hasta el presente ha llevado a la perfección de métodos autoritarios de dominación social y manipulación política. -(Yo digo. Wuay, wuay, wuay! Llámese el puto pri y demás lacras políticas, el pendejo pueblo mexicano, al ser puro “ignorante”, ¡jamás sabrá nada de esto! Pinches pendejos. Ahora es el año 2018, y en este estado de Yucatán, “la gente más pendeja (pobre, aunque yo también soy pobre), es a la que más buscan esos infelices. Y hay ves las casitas de esas gentes con mantas de ése infeliz partido, con las caras de esos imbéciles, colgadas en las puertas y demás)-.
Cuando las compañías petroleras llegaron a México, la élite formaba aún una reducida minoría, celosa de sus prerrogativas, y despreciativa y temerosa de los socialmente inferiores a ella. Escolaridad privada y conexiones políticas -(lo que es aquí y ahora el pan nuestro de cada día, je je je. Pinches mexicas)- fuera del alcance de los “desposeídos” -(es decir yo y yo)- permitieron a los “poseedores” reproducir su superioridad social de una generación a otra -(Hacendados henequeneros de la sucia Mérida, y todas las familias de los blanquitos que salen en Quién, y demás porquerías)-. Las clases medias imitaban las costumbres de sus superiores y se sacrificaban por guardarse de resbalar hacia abajo -(ja ja ja)-, hacia la poco reputada clase trabajadora -(oh, ¡dios mío!)-. Las personas de piel morena -(Hola, Anthony)- y las culturas nativas eran ridiculizadas y marginadas. Se encontraban, consecuentemente, en la más baja escala del orden socioeconómico -(es decir que si yo hubiese sido “blanquito” estaría hasta arriba, ¡pero no!
Bueno. Era mi “destino”. Je je je)-. Incluso la clase trabajadora tenía su propia jerarquía de prerrogativas y organización. Los hábiles descendientes de europeos (en actitud, si no en raza) mantuvieron una posición privilegiada sobre la clase menos educada, menos hábil, del conjunto del lumpen proletariado. Los mismos campesinos, desdeñados por la élite como por los obreros urbanos, fueron los que conservaron lazos más cercanos con su pasado indígena” -(yo voy a blanquearme, con cal o con pintura, you know!)-…
2°- “Una nación plural puede no ser capaz de aceptar el cambio con ecuanimidad. El cambio económico divide más a una sociedad (ja ja ja) conformada por muchas partes desiguales que a una homogénea -(Y para una muestra clara está Mexiquitito. Pero aquí ¡nadie chingados se da cuenta! Todos son unos lelos. ¿Me oíste, Lorencitito Meyer?)-.
México, cuya historia era más rica y compleja que la de muchos otros países tipificaba los resguardos estructurales en los cuales los latinoamericanos frecuentemente confrontaban el cambio. Los mexicanos intentaron manejar el cambio, la modernización o la introducción de elementos extranjeros recomendando sus nuevas relaciones sociales y políticas de acuerdo con sus patrones tradicionales de comportamiento.
Esto no quiere decir que el Estado corporativo y de la desigualdad social mexicano del siglo xx reflejen perfectamente el absolutismo real y las castas sociales del periodo colonial. -(A continuación UNA PARTE QUE ¡NO ENTIENDO!)-. Pero han preservado comportamientos sociales desarrollados en esos tiempos. Se podría argumentar que la jerarquía social justifica la preservación del autoritarismo político y, subsecuentemente, la perversión de los estímulos del capitalismo moderno con el fin de contener la agitación social -(je je. Esto último ¡si lo entendí!)-. Como fuerza de cambio, el crecimiento económico impuso un serio reto a la sociedad que no estaba acostumbrada a dividir la propiedad de acuerdo con criterios estrictamente económicos. En México -(¡¿Y quién chingados no lo sabe?!)-, la posición social y las conexiones políticas han influido en el acceso a los beneficios económicos”. -(Es por esto que soy ¡pobre!, porque mi abuela, que ya está muerta, no era y no fue política)-.
3°- (Oh, ¡dios mío! ¡La parte que más me gusta!)-. “La investigación en documentos de la clase obrera y políticos mexicanos así como en archivos diplomáticos y comerciales confirma que la economía no puede ser separada de su política -(Je je je)-. Sin embargo, la mayor revelación de todas ha sido la primacía de la herencia social de México. En muy pocas historias de otras naciones se encuentra LA COMPLEJIDAD -(yo lo he escrito todo con mayúsculas)- del orden social preindustrial de manera tan evidente como en México: la delgada, privilegiada y temerosa corteza superior europea, la competitiva, vulnerable y racialmente mezclada clase media y la masa de trabajadores y campesinos indígenas que viven al día y que sufren abusos y guardan resentimiento.
Éste puede ser el caldero en el que Barrington Moore preparó su receta de los orígenes sociales del autoritarismo. Más no lo fue. Si estudiaran sólo la evolución histórica de Europa y de Norteamérica, los teóricos difícilmente podrían dar cuenta del tipo de complejidad étnica y racial que se encuentra en las sociedades latinoamericanas -(Je je je. ¡Siempre quise decir todo esto, y explicarlo!)…
Y éstas son las partes que forman parte de la introducción de este libro: “Petróleo y Revolución en México”, del marica Jonathan C. Brown. Solamente “me ha interesado”, como es de notar, las partes que tienen que ver con “lo racial”. Y es que México ¡es muy gracioso!, y los “putos” gringos que vinieron a “oprimirlos”… Ah, ¡esto no sé cómo explicarlo!
Mierda. ¡Este libro está “sabroso”! ¡Pero no puedo escribir las partes que me faltan, porque son muchas! ¡Pero ésta me gustó mucho! Aquí está:
“El racismo, otra manifestación de la industria petrolera CONTROLADA POR EXTRANJEROS -(yo lo escribí con mayúsculas)- que fue pronto manifiesta a todo mexicano que estuviera ligado con el negocio, también tendió a retrasar la transferencia de tecnología. Esto no quiere decir que el racismo fuera nuevo para los mexicanos. Pero el racismo de los mexicanos era sutil. Tomaba en cuenta la gradación de las mezclas de razas y permitía el movimiento de una categoría de raza y etnia a otra. Los indígenas podían volverse mestizos por hablar español y por usar ropa de mestizos. El racismo americano, por otro lado, era crudo.
Formados en el crisol de una sociedad mayoritariamente europea, el racismo americano reconocía todos los grados de color como igualmente degradados -(Oh, ¡dios mío! Esto yo ¡siempre lo supe!)-. Para algunos americanos, los orgullosos y educados pero apiñonados burgueses mexicanos eran lo mismo que los peones morenos y analfabetos -(¡Hola, blanquitos de Mérida, y los que aparecen en Quién! Je je je)-. Importaba poco que los mexicanos fungieran como asesores legales e incluso como miembros de consejo en las compañías extranjeras. Todo el que hablara español era un spic, o un greaser (términos despectivos). “¿Tendré que traer a mis propios trabajadores –preguntaba un perforador americano –o podré encontrar greasers con suficiente sentido para operar la maquinaria?” (Pág. 100) -(Jo. ¡Contrátame a mí! Soy un greaser, pero… mi cerebro no carbura bien. ¡Mejor no!)-.
“La jerarquía multirracial no resultaba nueva para México. Ni el racismo ni los privilegios que se basaban en el nacimiento -(¡Te lo dije! ¡Siempre estuve en lo cierto!)-. Pero los americanos y otros extranjeros no hicieron nada para romper estas tradiciones sociales. De hecho, estos “agentes de la modernización” las reforzaron. Obligaban a los mexicanos a olvidar su propio racismo sutil cuando eran confrontados con los vulgares prejuicios de americanos y europeos”. (Pág. 101).
Mierda. ¡Pobre México, y más pobre de “los mexicanos”! Este libro es muy “gracioso”. Y aunque me gustaría reproducirlo todo, ¡no puedo! Porque… ¡es doloroso! Okay, ¡sólo para terminar! ¡Mira esta parte horrible!
“Díaz -(maldito maricón)- quería que los mexicanos creyeran que él solo era responsable de su prosperidad económica, y deseaba que los extranjeros pensaran que él era indispensable para sus beneficios. Además -(¡¿cuándo no?!)-, los capitalistas extranjeros seleccionaron a aquellos representantes mexicanos que podían aumentar sus intereses en el país con cierto grado de efectividad. Muchos políticos internos comenzaron a basar su influencia personal dentro del régimen en su relación con los intereses extranjeros y vendedores de influencias tendió, con el tiempo, a desbalancear el equilibrio político. Esto incrementó el poder y la riqueza de una fracción de la élite sobre otras.
A largo plazo, el capital extranjero tendió a desacreditar a aquellos políticos nativos que resultaban mayormente beneficiados, porque el continuismo significaba que aquellos que se sentían excluidos de la bonanza se volvían más numerosos cada año”. Pág. 101. -(Malditos. O sea que a todos les tenía que tocar. Así funciona en el puto pri a la hora de designar a sus tarados candidatos. “Hoy tú vas, porque es lo que nos conviene…” ¡Chingado México! No sé si decir que te lo mereces por ser un país bien pendejo y de PENDEJOS. ¡No tienes remedio, igualito que mi nariz! ¡Por todos lados estás atado, igualito que yo! Racialmente, inferiormente… Eres todo un fenómeno. ¡Siempre tuve la razón!
FIN.
A. SMART
Mayo/01/2018