En los últimos años, hemos presenciado un aumento en el interés por aplicar tecnologías avanzadas en el campo de la seguridad. Uno que ha hecho mucho ruido en los últimos días es el denominado “Plan Ángel”, propuesto por el excanciller mexicano y precandidato a la presidencia de la República Mexicana, Marcelo Ebrard.
El “Plan Ángel” es un proyecto con el cual, según palabras del mismo promotor, se busca convertir al país en “el más seguro de la historia”. Planea lograrse con el uso de tecnologías de última generación. Si bien, es aplaudible que se consideren soluciones tecnológicas para mejorar la seguridad, es importante analizar las implicaciones reales, éticas y de regulación que esto puede tener, así como el contexto de su aplicación; en este caso, México.
Entre los puntos principales del “Plan Ángel”, están: cámaras de reconocimiento facial, drones para perseguir delincuentes y bases de datos con inteligencia artificial. Si revisamos las posibles implicaciones reales, éticas y de regulación de estas propuestas, me parece que una de las principales a destacar es la protección de los derechos humanos. Es muy importante señalar que existe una línea muy delgada entre la implementación de estas tecnologías y el respeto de los derechos humanos, especialmente en temas de privacidad.
Estas tecnologías, si no se regulan adecuadamente, pueden dar datos al gobierno que, en realidad, no debería de tener. Por ejemplo, nuestras rutas y horarios específicos. En este sentido, hay que tomar en cuenta lo que podemos hacer para estar seguros como país y sociedad, y cómo podemos aplicar las nuevas tecnologías sin que esto sea invasivo. De ahí la necesidad de empezar a usarlas a poco a poco y de establecer mecanismos de protección. Solo así podremos asegurar que la información recopilada será utilizada de manera apropiada y con el debido respeto a nuestros derechos fundamentales como ciudadanos.
Ante esto, una de las cuestiones principales a tomar en cuenta es que la interacción humana no debe ser descartada por completo en la implementación de estas tecnologías. La participación humana en las decisiones finales es y será siempre necesaria ya que los algoritmos, por sí solos, pueden ser limitados al no ser capaces de considerar todas las variables relevantes, variables que requieren de una sensibilidad que solo los humanos podemos tener.
La tecnología, aunque prometedora, no puede sustituir por completo el factor humano. En consecuencia, las soluciones tecnológicas podrán ser aprovechadas en su totalidad solo con un capital humano adecuado, tanto en términos de desarrollo y uso correcto de la tecnología como en capacitación. Además, la puesta en práctica de estas tecnologías debe ser acompañada por una regulación inteligente y adaptativa, lo cual solo se puede lograr con la participación de los mexicanos en su elaboración e implementación. Esto no solo garantiza una seguridad más efectiva, sino que también podría convertirse en una fuente de empleo y desarrollo para las y los mexicanos.
Si revisamos el contexto específico mexicano, según datos de la organización Impunidad Cero, en México no se denuncian el 94% de los delitos que se cometen y menos del 1% son resueltos. Esto significa que los mexicanos casi no denunciamos. Otro aspecto a tomar en cuenta es la gran brecha digital que hay en el país. Esto es que en muchas zonas donde se cometen delitos, no hay siquiera acceso a internet o a la educación digital, lo mismo con la disparidad por género o generacional, de modo que una pregunta necesaria sería: ¿qué tan útil o conveniente es hacer uso de la inteligencia artificial para la seguridad en un entorno tal?
Por lo tanto, este es un tema que debe ser abordado con cautela y responsabilidad. Es imprescindible comprender que la tecnología es solo un medio y no un fin en sí mismo. Si bien puede ayudar a lograr una sociedad más segura, hay que siempre tener presente lo fundamental de la generación de empleo, oportunidades y brindar las herramientas necesarias a la sociedad para evitar que se cometan delitos. La tecnología puede ser útil tanto de forma preventiva – aprovechando su auge como campo laboral del futuro y gran potencial de generar empleos -, como reactiva – como lo hizo el mismo Marcelo Ebrard durante su jefatura de gobierno con la instalación de cámaras de seguridad en las calles del entonces Distrito Federal -. Este último, es decir, el reactivo, no puede ser el único enfoque en el camino hacia una sociedad más segura.
En conclusión, es necesario profundizar en la comprensión de las implicaciones reales de la implementación de tecnologías aplicadas a la seguridad. Debemos evaluar su eficacia, considerar su impacto en los derechos humanos y asegurar que estén respaldadas por un capital humano capacitado. Solo así podremos aprovechar el potencial de estos avances para mejorar la seguridad de México, sin descuidar otros aspectos igualmente importantes para una sociedad sana y equilibrada.