Joel Hernández Santiago
Se les ve sonrientes. Amables. Cordiales. De una deferencia sorprendente. Caminan a mediano paso por los pasillos de Palacio Nacional en el Zócalo de México; ambos bien puestos y dispuestos. Un poco como si aquí no hubiera pasado nada; como si lo dicho y redicho en agravio del otro hubieran sido ocurrencias de cuates a la hora del recreo… Y lo primero que se viene a la cabeza es: ¡Quién lo hubiera dicho?
Son el presidente de México, Enrique Peña Nieto y el ganador de las elecciones a la presidencia de la República Mexicana el 1 de julio de 2018: Andrés Manuel López Obrador.
Es el 3 de julio, apenas unas horas después de conocerse los resultados de salida y del PREP Y ya están ahí para hablar de lo que sigue, del traslado del gobierno; de cómo se harán las cosas; de que se formarán dos equipos de trabajo para conocer el qué se entrega y qué se recibe: y se dejan fotografiar ya sentados en el despacho oficial, al paso, estrechándose las manos: lo políticamente correcto está ahí y el control de crisis.
Está bien. Que sea un traslado terso es lo apropiado. Y de hecho se consiguió porque esa era la estrategia de AMLO desde su discurso de cierre de campaña el miércoles 27 de junio en el Estadio Azteca de la Ciudad de México: el de la ‘reconciliación’. A ese discurso que quería ser de dos bandas, la de tranquilizar a la población y a los mercados financieros…
Los dos siguientes, la noche del 1 de julio para la prensa en un hotel capitalino y en la explanada del Zócalo más tarde, ambos en el mismo sentido: ‘todo está bien’; ‘no pasa nada’; ‘ténganme confianza’; ‘habrá cambios pero no sacudidas’; ‘soy un demócrata, no un dictador’…
Y los mercados se aquietaron; el peso no perdió peso y comenzaron a llegar las felicitaciones de todo el mundo para el virtual nuevo presidente de México.
La del presidente de Estados Unidos de América, Donald J. Trump, de las primeras, tan enemigo de México y lo mexicano: en tono cordial y de bienvenida a la nueva relación: una cordialidad incipiente que no tiene mayor significado que el de ‘vamos a platicar las cosas de los dos’, pero también una cordialidad que no usó el mandatario de EUA con el actual presidente de México.
Lo visto ahí augura un traslado de poderes terso, digamos que de terciopelo. Ojalá así siga la cosa. Aunque bien sabemos que ‘el dinosaurio sigue ahí’. Y que la tarea sigue pendiente para ambos: para Enrique Peña Nieto de aquí al 30 de noviembre porque aún tiene responsabilidades que cumplir; AMLO ya comienza a organizarse, a organizar a su equipo y a curar heridas…
Como ocurrió en su reunión con el Consejo Coordinador Empresarial el miércoles 4 de julio. Igual: todos bien portados: todos en buen plan: todos mirándose de forma amable y como sin rencores. Pero decíamos: ‘el dinosaurio sigue ahí’ y los empresarios están a la expectativa y siguen desconfiados, como AMLO lo está respecto de la actitud de los empresarios más relevantes y que integran este Consejo, al que puso en la balanza con el compromiso de dar chamba a los jóvenes mexicanos en sus empresas, comercios, oficinas, talleres… Aunque lo que prometió, también, es aportar dinero público para pagarles la nómina, o por ahí el asunto.
Pero ya está digerida la jalea. Ya está todo encaminado e incluso algunos de los integrantes de su gabinete prometido salen a la palestra para explicar algunas de las próximas decisiones de gobierno: Carlos Urzúa, quien será Secretario de Hacienda dice que lo de la gasolina se verá en razón al a inflación y no en razón a los mercados internacionales.
La que será secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, se alista para establecer contacto directo con los poderes legislativos y judiciales de los estados de la República, sin gobernador de por medio. Y que lo de la amnistía podría ir, con los matices de ley y justicia… Y así.
El domingo primero de julio salieron a votar más de 54 millones de electores, de los 89.8 millones que estaban registrados en el padrón del Instituto Nacional Electoral y que tenían derecho a hacerlo. La cifra no es nada mala en comparación con otras elecciones presidenciales. Pero el país tiene 125 millones de habitantes, cada uno con sus propias necesidades, exigencias, compromisos.
Millones de estos mexicanos están felices. Millones de mexicanos no. Pero el trabajo político y de gobierno de AMLO y su equipo es el de convencer a todos, o casi todos y gobernar para todos y beneficiar a todos porque, a fin de cuentas, a un país lo hacen su territorio, sus bienes patrimoniales, sus leyes, su organización, su Constitución y, sobre todo sus habitantes…
… Y el gobierno está ahí para ‘cuidar nuestros fueros y privilegios, y si no, no’ como se dijera en las cortes de Aragón.
jhsantiago@prodigy.net.mx