En México, la evasión fiscal y la distribución clandestina de productos regulados —como bebidas alcohólicas, tabaco, medicamentos o suplementos alimenticios— continúan siendo una amenaza seria para la salud pública, el desarrollo industrial y las finanzas del Estado. Esta problemática, que combina intereses económicos con vacíos en los sistemas de control, requiere soluciones tan complejas como el problema mismo. Y ahí es donde la tecnología, bien aplicada, puede hacer la diferencia.
No basta con endurecer leyes si no existen herramientas efectivas para aplicarlas. La trazabilidad —la capacidad de seguir cada unidad de producto desde su origen hasta el consumidor final— se ha consolidado como una vía probada para cerrar el paso al contrabando y la falsificación.
Pero no cualquier trazabilidad: se necesita una que integre sistemas de verificación en tiempo real, alertas automatizadas y códigos imposibles de replicar. En otras palabras, una trazabilidad que no dependa exclusivamente de la confianza en el operador humano.
En este contexto, algunas empresas mexicanas han comenzado a posicionarse como referentes en el desarrollo de soluciones tecnológicas adaptadas a nuestras necesidades regulatorias. Tal es el caso de Accesos Holográficos, que recientemente presentó una propuesta integral de trazabilidad para productos sujetos a impuestos especiales. La iniciativa incluye desde etiquetas inviolables hasta plataformas digitales con registro sincronizado, y ha sido puesta ya sobre la mesa de autoridades y organismos reguladores.
Aunque la implementación de estos sistemas aún depende de decisiones políticas y presupuestales, lo cierto es que el debate ya no gira en torno a si deben o no existir, sino a cómo lograr que funcionen sin entorpecer al sector productivo.
Las experiencias internacionales —como en Canadá o Colombia con el control de bebidas alcohólicas— muestran que la tecnología no solo reduce el mercado ilegal, sino que incrementa la recaudación y refuerza la legitimidad de los productos legales.
México tiene ante sí una oportunidad: pasar de un modelo reactivo a uno preventivo, donde cada botella, cajetilla o frasco tenga una identidad única, rastreable y protegida. La tecnología existe, el conocimiento también. Lo que falta, quizá, es la voluntad de hacer de la trazabilidad no un lujo, sino un estándar.