El Paseo de la Reforma es sin duda alguna, la arteria más importante de México. Su traza actual corre de Lomas Altas hasta Tlatelolco y al inicio de las Calzadas de Guadalupe y de Los Misterios. Concebida por Maximiliano de Habsburgo para unir Chapultepec con la Alameda, así como para imprimir a la ciudad, de un sello de modernidad, tan en boga en aquellos días, trás la renovación de París por el Barón Haussmann. Ha sido desde entonces prenda de orgullo para la capital mexicana, fue un escaparate del progreso porfiriano, así como lo es ahora del México contemporáneo con sus modernas y vistosas torres.
Mención aparte merecen sus zonas de museos y monumentos, testimonios de una memoria histórica que debe estar por encima de oportunismos políticos y discursos sesgados, la segunda de ellas, también da cuenta del tributo de México a los próceres de naciones amigas. No en vano a lo largo del paseo, se yerguen estatuas a Kamal Ataturk, padre de la Turquía moderna, a José Rizal insurgente filipino, al colombiano Francisco de Paula Santander, el Obelisco a Bolívar, los soberbios bronces de Tito y Churchill, así como casi frente al Senado de la República, la estatua de Louis Pasteur donada por Francia a México en el Centenario de 1910, casi llegando a Tlatelolco, una escultura ecuestre de grandes dimensiones de José de San Martín conmemora la independencia de Argentina, Chile y el Perú.
La construcción y consolidación del México independiente, están presentes con la fuente de Petróleos, el monumento al General Joaquín Amaro y el imponente Altar a la Patria. No exenta de anécdotas y como tesoro artístico se levanta la Diana Cazadora que afortunadamente volvió en 1992 a su sitio original. El Porfiriato a su vez, robusteció las expresiones de identidad nacional con la magnífica columna de la independencia, inaugurada en 1910 con motivo de las fiestas del Centenario y coronada por una victoria alada que es conocida por todos simplemente como el Ángel. Las orgullosas raíces originaria e hispana, no fueron dejadas de lado y se alzaron los hermosos monumentos a Cuauhtémoc y Colón respectivamente. Como si todo lo anterior no fuera suficiente, en ambos lados de las aceras se rindió tributo al pacto federal y a la Gran Década Nacional, con las estatuas de los hombres de la Reforma intercaladas con elegantes copones también de bronce en pedestales de piedra. Desafortunadamente los monumentos del Paseo de la Reforma, son continuamente pasto de vándalos y salvajes.
El primero de los monumentos referidos, fue precisamente el de Cristóbal Colón como homenaje al encuentro de dos mundos, fue inaugurado en 1877, obra de gran belleza y valor artístico del escultor francés Charles Cordier, lo cual no evitó la polémica, pues se cuestionó entonces, que fuera de la autoría de un extranjero y no de un mexicano, precisamente en aquellos años de ascenso de una justificada corriente nacionalista en el arte. El monumento y su conjunto escultórico que incluye a Fray Bartolomé de las Casas, Fray Pedro de Gante, Fray Diego de Deza y Fray Juan Juan Perez de Marchena, fueron vandalizados, desmantelados y retirados de su sitio en 2020 por la Cuarta Transformación. Está acción arbitraria y de despojo al patrimonio cultural de México, se pretendió avalar no solo con un discurso muy al estilo de Beatriz Gutiérrez Muller, sino cediendo el espacio a las mujeres que luchan.
Hace días, en la Colonia Tabacalera, la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, dío una cucharada de su propio chocolate a la Cuarta Transformación retirando los bronces de Fidel Castro y del Che Guevara de la Plaza de San Carlos, lo cual ha derivado en los apologistas del régimen y de la autocracia caribeña rasgándose las vestiduras, pero también mostrando que en este México polarizado, las estatuas increíblemente han pasado de monumentos a ser rehenes de un bando u otro.
Es aquí donde entonces surge esta propuesta, que se comparte a riesgo de ser blanco de bromas: ¿Por qué no se propone un canje de prisioneros? Hace días, enemigos irreconciliables como lo son Maduro y Trump lo llevaron a cabo. De la misma forma en nuestra historia, Vicente Riva Palacio lo hizo con los belgas durante la guerra contra el imperio. En este caso, los prisioneros no son de carne y hueso, sino de bronce. Que se restituya el monumento a Colón y el conjunto escultórico en su sitio original, a cambio de que los barbudos de la Sierra Maestra sean devueltos a su banca en la Colonia Tabacalera. También debe ser obligado, que se destine un sitio aparte a las mujeres que luchan, que esté a la altura de la dignidad de su causa y del agravio que México tiene pendiente por subsanar con ellas.
Tal vez ni para el régimen o la alcaldía Cuauhtémoc será cómodo dar un paso atrás, sin embargo, será una muestra de concordia, tolerancia, negociación política y pluralidad en una ciudad que se precia de ser incluyente, pero sobre todo, en el caso del monumento a Colón, significará rescatar y recuperar el patrimonio artístico, histórico y cultural de México.