La pluralidad y la diversidad en México, han consolidado en más de 30 siglos una cultura e identidad extraordinarias. Mesoamérica fue un crisol de distintas civilizaciones, que si bien compartieron elementos en su cosmovisión, también fueron muy distintas entre sí, ahí estriba la riqueza del México precortesiano. El mundo maya fue distinto al del Totonacapan, o bien los purépechas a los mexicas. A su vez, un halo de misterio aún ronda alrededor de Teotihuacán o los vestigios olmecas, sin embargo, es posible distinguir las marcadas diferencias entre unos y otros.
Este verano, se centra en dos poderosas efemérides que han definido el derrotero del pueblo mexicano. Se conmemoran los 700 años de la fundación de Tenochtitlán, fecha que se ha podido determinar con precisión gracias a estudios serios y científicos. También el 13 de agosto, donde se vive el recuerdo de la caída de Tenochtitlán y la captura de Cuauhtémoc, en lo que hoy son las calles del populoso barrio de Tepito. Ahí promotores culturales locales, organizan una ceremonia, que de unos años a la fecha, ha contado con la presencia de tropas de la Primera Región Militar, quienes ejecutan los honores patrios, abonando así al espíritu de mexicanidad y a una genuina fraternidad cívico-militar.
La consumación de la conquista, fue como certeramente lo dijo Don Jaime Torres Bodet: “ni triunfo, ni derrota, sino el doloroso nacimiento del pueblo mestizo, que es el México de hoy”. Con el virreinato, surgió la nación mexicana, y como ya se ha mencionado en este espacio, reconocer y aquilatar nuestro legado hispánico, no significa renunciar a la orgullosa raíz precortesiana. El México que surgió de la influencia de ambas orillas del Atlántico, subsiste día a día con marcados elementos, son muchos, pero simplemente como ejemplo, aludo a dos de ellos: el sincretismo religioso por medio del cual, los mexicanos trás 1521, asociaron a las antiguas deidades con Santos y Advocaciones Marianas de la fe católica, tal como sucede con Tlaloc y San Isidro Labrador o bien con la Tonantzin y la Señora de Guadalupe. En segundo término, es imposible no ver en los hombres de a caballo del campo mexicano, iconos de nuestra cultura, a los jinetes andaluces.
El México independiente, a pesar de las décadas turbulentas que marcaron su inicio, se nutrió de corrientes migratorias de todos los rincones del planeta, mismas qué son acento de orgullo en una nación integrada. Partiendo desde la comunidad judía cuyos antecedentes se remontan al siglo XVI novohispano, a los españoles que llegaron después de la independencia, a aquellos que vinieron a “hacer la América” y a los refugiados trás la cruenta guerra civil en la península. Otros europeos también apostaron por esta tierra de oportunidades y a partir de entonces llegaron franceses, británicos, alemanes e italianos que consolidaron prósperas comunidades, integrándose con la sociedad local. Los libaneses, partieron del Imperio Otomano y vieron en México nuevos horizontes, se asimilaron sin perder su raíz cultural y no vano en la década de los años sesenta del siglo pasado, el presidente López Mateos acuñó la conocida frase: “ Quien no tenga un amigo libanés, que lo busque”
Los lazos entre México y Asia se remontan a 1565, con la Nao de China, sin embargo robustas comunidades japonesas y chinas, hicieron de México su casa a partir del porfiriato. Estás comunidades vivieron momentos difíciles durante la revolución y la segunda guerra mundial, al igual que alemanes e italianos, pero los graves momentos políticos de entonces, no estuvieron por encima de su feliz integración a su patria adoptiva. Por último, pero no menos importante se cuentan nuestros hermanos del continente, desde la tradicional presencia de norteamericanos, canadienses, los cubanos a partir del virreinato, a centroamericanos y sudamericanos que tuvieron en México un puerto de abrigo así como un segundo hogar. El común denominador de todos los antes mencionados, es que han sido hombres y mujeres de bien, quienes han enriquecido con enorme sacrificio y reciprocidad, la prosperidad y la cultura de México, pero lo más importante: muchos de sus hijos, ya han nacido aquí.
Por todo lo anterior, son reprobables y vergonzosas las manifestaciones ocurridas en la Ciudad de México en días pasados. La xenofobia y los destrozos ocasionados por una turba que con el pretexto de manifestarse contra la gentrificación, dieron muestra de una impunidad que simplemente es intolerable y debe ser castigada con toda la energía y la fuerza del Estado. No solo se dañó la propiedad y el patrimonio de particulares, sino fue contraria al espíritu de un México que es grande no solo por lo construido por los propios, sino por los emigrantes de todas las épocas y confines, quienes honrosamente han decidido ser mexicanos por elección.