El menú fue la señal de “igualdad” y la abundancia de discursos, el tono “democrático”.
Redacción MX Político.- Al parecer, el diseño de la agenda en esta visita del presidente mexicano a la Casa Blanca, siguió la línea tradicional de la diplomacia estadounidense: ser generoso con el huésped sureño y hacer de esta visita, el “Día de México” en el inmueble presidencial estadounidense.
Y es que este año, debido a la pandemia que azota al mundo, no hubo festejo oficial del 5 de Mayo en la residencia oficial del Poder Ejecutivo americano. Ese día festejan los estadounidenses quizá, por desconocimiento, o acaso como un despropósito, la “Fiesta de la Independencia Nacional de México”, cuando en realidad es el festejo por la victoria de la Batalla de Puebla, del Ejército Mexicano sobre las tropas invasoras del Impero Francés, de Napoleón III.
Desconoce el estadounidense promedio, que la fiesta de la independencia mexicana es el 15 de septiembre por la noche. Por eso celebra el 5 de mayo, con cena tradicional mexicana, mucha cerveza, tequila y abundante “guacamole”.
De hecho las visitas de los presidentes a la Casa Blanca, estaban caracterizadas porque la institución presidencial del vecino país del norte, ofrecían una cena de gala a la pareja presidencial mexicana y a su comitiva, consistente casi siempre en antojitos tradicionales mexicanos: tacos, enchiladas, tostadas, pozole, etcétera.
Sólo unos años antes -en el preámbulo- y ya cuando llegaron al poder los presidentes mexicanos de formación financiera (y bien sea dicho por López Obrador y sus panegíricos), de formación neoliberal, monetarista específicamente y educados allá en los Estados Unidos precisamente, fue cuando ellos mismos desde las instancias del poder, empezaron a filtrar su decepción y hasta sus “bochornos” con los principales columnistas, porque en la cena de gala de la visita presidencial en turno, ofrecida por ejemplo en los tiempos de un Richard Nixxon, un Gerald Ford, un Ronald Reagan o un George Herbert Bush, “se servía en el menú de esa cena, invariablemente, tacos, pozole y enchiladas”… ¡Qué bochorno!… “Como un país tercermundista nos tratan”, sugerían entre dientes los propios integrantes de la comitiva presidencial, del sector financiero o diplomático. El menú no era de alta cocina internacional, francesa o asiática o exótica; ese era el sentido de la crítica que muchos cronistas y columnistas de la época ya recogían, por esnob, por moda, por novedad, vaya Usted a saber.
Así lo consignaron Fidel Samaniego, Miguel Reyes Razo, el propio López Dóriga al regreso de su estancia en el extranjero, ya en su segunda etapa en El Heraldo y otros muchos grandes cronistas.
Pues ahora en esta visita presidencial a la Casa Blanca, en esta cena específicamente, dista mucho el presidente americano de ser un político como Nixon o un estadista como Reagan… aunque también dista mucho el presidente mexicano actual de tener la sólida preparación de un Luis Echeverría, el talento innegable de un Carlos Salinas y hasta el carisma de un López Mateos… pero ahí están los dos, Trump y López Obrador, encabezando sendas naciones.
Tampoco en la comitiva mexicana va ningún Petriccioli, ningún Silva Herzog… tampoco.
Pero ahí están, AMLO y Trump, sin ser políticos profesionales (o burócratas o tecnoburócratas profesionales corregirían otros), enorgulleciéndose de sus improvisaciones y de su “amateurismo” en el quehacer público… que porque eso es bueno para la sociedad y el país; “porque no están amafiados”. Argumento que empieza a gastarse… pero… bueno y vale.
Y no obstante que todo ha cambiado, degenerado incluso -se quejarían algunos- este es el momento que nos ha tocado vivir como mexicanos, en el plano de la relación política, comercial y económica con el ya no tan contundente ni tan único país líder del orbe.
Quizá se nos trató con “dignidad” como país, porque en esta cena no hubo antojitos mexicanos, ni mariachis, ni sones jarochos, ni bellas hostess vestidas de chinas poblanas sonriendo a los invitados, ni meseros vistiendo de charros; …el menú consistió en filete de robalo y tomates a la campirana (bañados en aceite de oliva y almíbar, nada que no coma cualquier ejidatario mexicano)… pero pues ahora sí, nos tratan “de tú a tú”, como potencia y el menú fue la señal… seguramente.
Y el desarrollo de la reunión… casi como un evento de la colonia Moctezuma de la Ciudad de México, para elegir al comité directivo de Morena en la colonia.
Hablaron todos… bueno, casi todos los mexicanos miembros de la delegación mexicana. Muy pocos “gringos” anfitriones.
Se echaron su “palomazo político”; de su ronco pecho.
Tuvieron sus cinco (o más) minutos de gloria. Sólo faltaron el perico y el “Diablo”… Bueno, éste último nunca podría estar invitado a una gira presidencial, mientras dure el “nuevo régimen”. Se quedó en Monterrey, junto al otrora “representativo” y “cuatrotero” dirigente empresarial, el también regio, Carlos Salazar Lomelín.
Tuvieron tiempo para buscar aforismos, recurrir a sofismas, comparativos, contrastes y desplantes retóricos, un Carlos Slim Helú, un Carlos Bremer y por lo menos unos doce oradores más a quienes este redactor no alcanza a identificar a plenitud.
Fueron generosos diplomáticos sajones y hasta el propio presidente Trump, al escuchar sin displicencia las arengas en español.
Así, como en la colonia Moctezuma de cada mes de mayo o junio preparando la elección de cada 3 o 6 años, se verifició la sobremesa de la cena (que antes era de gala), para desahogar -al estilo mexicano- la agenda de puntos a tratar entre “ambas delegaciones”.
Nos dieron nuestro lugar.
La reunión de sobemesa se hizo “a la mexicana”.
Con mucho discurso, mucha “democracia”… y sobre todo, mucha equidad.
hch