RODOLFO VILLARREAL RÍOS
La semana anterior nos ocupábamos de su opinión acerca de la educacion. En esta ocasión, veremos cual era la perspectiva que Ignacio Manuel Altamirano Basilio tenía sobre la democracia y sus orígenes en México. El tema, que aparece en el Tomo I de sus Obras Completas, lo abordó, el 15 de septiembre de 1861, durante el discurso que pronunció en el Teatro Nacional de México.
Don Ignacio Manuel, como todo Liberal Mexicano, era respetuoso del Gran Arquitecto, pero no soportaba a quienes en el nombre de este último convirtieron aquello en un negocio cuyo objetivo, además de la acumulación de riquezas, era apoderarse del poder político. En este sentido, el maestro guerrerense hacía referencia de que, en la fecha señalada en el primer párrafo, “todos volvemos los ojos a nuestro glorioso año [18]10 para reanimar nuestra fe política …”. Al mismo tiempo, se preguntaba: “¿Quién no olvida en este momento su miseria y sus rencores para darse un abrazo fraternal? ¿Quién no confiesa su pequeñez ante la grandeza de nuestros padres? ¿Quién no glorifica a los que nos dieron patria a costa de su vida?
La respuesta que daba no dejaba lugar a dudas sobre su postura al mencionar: “Sólo el clero y su partido no se alegran con nosotros y tienen motivo. Ellos son la última expresión de la tiranía española en nuestro país. Gracias a Dios que se retiran de nuestras fiestas nacionales con la faz sombría los unos, blandiendo el puñal fratricida los otros… En cuanto a nosotros, liberales, hoy nos damos un apretón de manos cordial, hoy nos presentamos todos compactos, hoy olvidamos nuestras decepciones para no dar cabida sino a nuevas esperanzas…”. Mientras señalaba que el estandarte de Dolores “sólo la mano de un demócrata era digna de sostenerlo”, procedió a realizar un análisis sobre lo que, a través de la historia, el pueblo mexicano había padecido en su proceso por tratar de alcanzar algo que se pareciera a la democracia.
Empezaba por precisar que él se convertiría en “interprete fiel de ese pobre pueblo, cuyo afecto se compra con promesas y cuya sangre se paga con excusas”.
Esta crítica es de carácter intemporal y hoy, más que nunca, sintetiza lo que ha sido el actual gobierno. Pero eso era solamente el inicio, Altamirano Basilio subrayaba: “Yo puedo hablar en su nombre [del pueblo] porque me identificó con él, porque traigo en mi corazón todas sus penas, todos sus desengaños, toda su indignación, todo el sentimiento de su fuerza. Porque yo soy un verdadero hombre del pueblo, descendiente de veinte razas desgraciadas, que me han legado juntamente con su amor a la libertad, todos los dolores de su antigua humillación”. Él sí podía sostener sus palabras, no como otros quienes, en nuestros días, tratan de disfrazarse de aborígenes y, mientras claman ser gente del pueblo, la boina les asoma por la bolsa trasera del pantalón.
Acto seguido, procedía a realizar un recuento que, aun en nuestros días, para muchos resulta difícil de aceptar y optan por continuar inmersos en relatos fantásticos de mundos ideales antes y después de la llegada de los hispanos. Aquel liberal mexicano quien lo mismo empuñara la pluma que el fusil para defender a la patria, con pleno conocimiento de causa, enfatizaba: “! ¡Lo que el pueblo ha sufrido! Lo sabéis. El martirologio de la democracia mexicana es bien largo. Antes de que los aventureros españoles nos trajeran a sus frailes y a sus verdugos, ya el pueblo mexicano sufría la opresión de sus reyes autócratas y de sus teopixques [era aquel que, entre los cholultecas, actuaba como sumo sacerdote encargado de mantener en constante fervor el culto gentilicio] sanguinarios. La conquista, haciendo colonos a los mexicanos, hizo más amarga su esclavitud; pero Moctezuma había sido digno antecesor de Carlos V”. Claro que todo esto no encaja en la narrativa que los vividores del indigenismo han inventado, pero ahí no paraba el desmentido.
Sin andarse con correcciones políticas de ninguna especie, Altamirano precisaba que: “El pobre pueblo cambio de señores. Los encomenderos sucedieron a los caciques, los frailes a los pontificies indios, la hoguera de la inquisición reemplazó a la piedra de los sacrificios, y al sanguinario Huitzilopoxtli sucedió la sanguinaria cruz que el padre [Bartolomé De] Olmedo [quien fuera el capellán de Hernán Cortés] plantó sobre un montón de cadáveres y sus cenizas”.
Y ya entrado en la materia, continuaba repartiendo verdades ahora para incomodar a los hispanistas cuando decía: “¡Que civilización habían de traer los que tenían en España un Jiménez Cisneros, que hizo quemar las riquezas científicas de los árabes…”! Antes de continuar debemos de precisar que al fulano a quien se refería respondía al nombre de Francisco y, también, era conocido como el Cardenal Cisneros, quien fuera tercer inquisidor general de Castilla, gobernara la Corona de Castilla en dos ocasiones, la primera ante la incapacidad de la reina Juana I de Castilla, conocida como La Loca, tras de la muerte de Felipe El Hermoso y en espera de Fernando El Católico; la otra a la muerte de este último en espera de Carlos I. Pero Altamirano no se concretaba a criticar a los que vivían lejos, sino también a los que llegaran por estos rumbos como lo fue el caso del primer obispo de la diócesis de México, Juan De Zumárraga, “que hizo quemar las riquezas científicas de los aztecas”.
Y, apuntamos nosotros, a quien se debe la extrapolación de la virgen, que con el nombre de Guadalupe era adorada en Extremadura, y de pronto se convirtió en la más venerada por el pueblo católico mexicano, de los asuntos teológicos no nos ocupamos dada nuestra ignorancia respecto a la materia. Dejémonos de disgregaciones religiosas y volvamos a las reflexiones de Altamirano.
Apuntaba: “¡Que idea humanitaria habían de hacer germinar los que alzaban un cadalso en España para el bravo Padilla, los que encendían una pira en México para el heroico Cuauhpopoca!” Este personaje fue Tlatoani de Coyoacán y más tarde regidor-cobrador de tributos en la zona de Nautla, Veracruz. En esa región se rebeló en contra de los españoles y tras capturar a un soldado español de apellido Argüello, le cortó la cabeza y la envió a Moctezuma Xocoyotzin para probar que los iberos no eran imbatibles.
Al recibirla, el taltoani azteca se horrorizó y negó que él hubiese ordenado tal acción y envió guerreros acompañados por tres españoles para que capturarán al rebelde y lo trajeran para castigarlo. Una vez hecho el paréntesis de precisión, volvamos a la palabras de Altamirano quien reflexionaba al indicar, “pero se me dirá: ¿Y la libertad? ¿Y la democracia? ¿De dónde vinieron? ¿Acaso no llegaron incubadas estas ideas en las ideas religiosas de nuestros conquistadores?… La libertad es anterior al cristianismo, porque la libertad ha nacido con el hombre, porque el amor de la libertad vive en el corazón del genero humano y allí se agita en continua ebullición, como el fuego en el centro de la tierra… Fuimos libres al fin, pero ya lo veis, antes de serlo todavía se necesitaron otros mártires…”.
Con respecto a la democracia, apuntaba que no ha hecho sino trasmigrar. “Muerta en Grecia, prostituida en Roma, ahogada en las Repúblicas italianas de la Edad Media, parecía haberse extinguido para siempre -porque la reyedad llegó a enseñorearse del mundo-, cuando apareció de improviso, vergonzante en Holanda y en Suiza; terrible, aunque fugaz, en Inglaterra; tempestuosa y omnipotente en Francia; y joven, vigorosa e impaciente en el Nuevo Mundo. Y ese es el destino, esa la tendencia de la civilización, ese el porvenir de la humanidad: ¡la democracia!” Tras de ello, procedió a realizar un recuento de cuanto había costado al pueblo mexicano tratar de encontrar el camino hacia la democracia.
Recalcando que los mexicanos habían pasado el ultimo medio siglo “entre arroyos de sangre, entre el incendio y la miseria,” se preguntaba: ¿no es bastante sacrificio este? ¿Y por que tan larga lucha?” La contestación fue: “porque en todos los países del mundo y también en el nuestro, el elemento tiránico y teocrático han estado en pugna con el elemento liberal, con tal obstinación y constancia, como el dios del bien y el dios del mal de los antiguos maniqueos. La tiranía política y el fanatismo religioso en monstruosa alianza han esgrimido contra el pueblo las dobles armas del hierro y del anatema, de modo que atacaban al hombre en su corazón y en su conciencia. Jamás guerra alguna fue tan cruel ni tan costosa”. Y para mostrar que no hablaba de memoria procedió a realizar un recuento de lo acaecido a lo largo del tiempo en México.
En ese contexto, recordaba como “los virreyes se aliaron con los obispos para combatir con los insurgentes. La independencia se hizo, los españoles fueron echados; pero al abandonar nuestras playas nos dirigieron una mirada de rabiosa satisfacción; mirada que quería decir: Nos vamos; pero os quedáis con el clero. Y tenían razón: el clero los ha vengado de su derrota desde 1821 hasta ahora.
El clero hizo un déspota de un héroe; levantó un trono imperial para convertirlo en cadalso; el clero deslizó una mano traidora para escribir la Constitución de [18]24; el clero, por conducto de[ Lucas Ignacio] Alamán [y Escalada] el cobarde asesino a quien tanto ensalza el partido conservador, levantó otro cadalso para el gran insurgente del sur y le condujo a él alevosamente; el clero divinizó a [Antonio de Padua María Severino López de] Santa Anna [y Pérez de Lebrón], y corrompió al miserable [José Ignacio Gregorio] Comonfort [De Los Ríos]; el clero, en fin, suministrando armas y dinero a los jóvenes truhanes que se entronizaron en México, en 1858, ha hecho inundar de sangre el suelo de la patria”. Pero, como todos lo conocemos, había algo más que distinguía el actuar de la clerecía.
Altamirano lo recalcaba, “el clero, amontonando riquezas con la insaciable voracidad de la loba que el Dante encontró en el infierno, ha podido ser una potencia política…hasta que el pueblo exasperado, quitándose la venda de los ojos, ha combatido con fiereza y con decisión contra sus opresores, y ha conseguido la victoria”. Se refería a la victoria que los liberales obtuvieron, en enero de 1861, para de esa manera concluir la llamada Guerra de Reforma o de los Tres Años. Pero había algo sobre lo que le faltaba comentar.
Era lo referente a lo que el pueblo mexicano deseaba. En ese entorno hacía énfasis que “el pueblo desea que las promesas de sus prohombres no sean como los mirages de los desiertos africanos, siempre halagüeños, pero siempre emitidos. El pueblo sufre, el pueblo se bate, el pueblo triunfa, y ¿luego?… Luego, después de sus victorias, tiene que ir, como [Flavio] Belisario, [el general mas importante del Imperio Bizantino] diciendo: ‘Dadme un óbolo, porqué después de haber envejecido en la guerra, no veo y me muero de hambre”. Tras de esa mención, Altamirano Basilio preguntaba: “¿Qué significa para el pueblo la Reforma, hasta aquí puesta en planta? El abatimiento del clero es verdad; pero se podía haber destruido al clero y aliviado el pauperismo, esa llaga que nos corroe y aniquila”. En ese proceso, se suscitó un acontecimiento que impidió profundizar el proceso de la Reforma.
Se refería a que “el gran [Miguel] Lerdo [De Tejada y Corral] murió [en marzo de 1861] cuando su pensamiento se había desarrollado a medias. ¡Que lástima! ¿Y quien llevará a cabo el gran fin que se propuso? Tal vez nadie. Tenemos muchos tenedores de libros; pero pocos economistas”. Ante ello, lamentaba “de manera que se está llamando Reforma a lo que no es sino puramente destrucción.
Destrucción de edificios monacales, destrucción de capitales del clero. Sin embargo, cuando yo considero que esta destrucción quita un arma a los enemigos de la humanidad, cuando yo considero que esta destrucción era hace algunos años una utopía que se anatematizaba, yo admiro a los demoledores, yo canonizo a los que han arrebatado los bienes del clero, porque al menos juegan su cabeza por la libertad”.
Ante la actitud de destruir edificios como parte del proceso de Reforma, siempre hemos mantenido nuestros resquemores. Entendemos que en los tiempos que se vivían, el hecho de demoler llevaba consigo algo mas que la simple destrucción del edificio, pero siempre hemos sido partidarios de que todo aquello que represente un valor artístico no debe de derruirse, mejor es dedicar el recinto a otros fines y preservar la obra antes que desparecerla. Sin embargo, nuestra opinión parte de una perspectiva del Siglo XXI y no de las circunstancias prevalecientes en el XIX cuando el objetivo era dar un giro total y establecer diferencias plenas de hacia dónde se movía el país y ahí no cabían medias tintas.
El yugo clerical era requerido arrancarlo de cuajo y eso pasaba por hacer añicos algunas de sus propiedades y quitarles otras. El objetivo era obtener la libertad y sentar las bases de una democracia futura.
En ese sentido, Altamirano Basilio cerraría su perorata realizando un llamado a los mexicanos a quienes les espetaba: “yo os repetiré las palabras que dirigía Pericles a los atenienses: Y vosotros también, marchad hoy sobre las huellas de vuestros antepasados, persuadíos de que la dicha está en la libertad, la libertad en el valor, y…no temáis afrontar los peligros de la guerra”. Todo esto bien se podría transpolar a los tiempos presentes y recordar los peligros que afrontamos de no detener a quienes buscan retornar al pasado, pero no al de quienes lucharon por la libertad, sino al de aquellos que impusieron el tutelaje a costa de lo que fuera con tal de aprovecharse del poder para que la democracia no floreciese. Recordémoslo. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.02/04) Recordamos aquella ocasión, el 8 de diciembre de 1989, en que fuimos a sustentar, en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Querétaro, una presentación sobre “Políticas del Gobierno Mexicano para promover la Inversión Extranjera”. Casi a la par, se presentaba la exposición del Dr. Sergio García Ramírez sobre la figura del Ombudsman y la posibilidad de crear en México una institución defensora de los derechos humanos. Con la sala llena, acordamos abreviar nuestra presentación y trasladarnos, todos, a escuchar a jurista tan distinguido. No íbamos a perdernos de oír a un experto disertar sobre un tema que, para nosotros, era novedoso.
Añadido (24/02/05) Vaya desvergüenza de la dirigencia nacional del PAN. En Coahuila, nada aportaron a las votaciones en las elecciones pasadas y ahora exigían les entregaran la candidatura para la presidencia municipal de Torreón. Hicieron bien los priistas en enviarlos a visitar el rancho del pejismo. Eso sí, los panistas coahuilenses prefirieron no acompañar en el viaje al presidente nacional de su partido y, en un acto de dignidad (¿?) optaron por acogerse al huesito o a “lo que sea su voluntad…”.
Añadido (24/02/06) Para quienes no lo creen, los excesos con el alcohol si generan consecuencias políticas. Por escuchar los “consejos” de sus subordinados, se le fueron las aspiraciones de la reelección.
Añadido (24/02/07) Apenas la semana anterior mencionábamos lo que don Ignacio Manuel Altamirano Basilio opinaba sobre los jesuitas, a lo cual nosotros anexábamos las tropelías que cometieron en el Siglo XX. De pronto, esta semana, por un lado, sale el cuatrotero Zaldívar Lelo De Larrea alabándolos y, por otro, los anaranjados designan como su candidato presidencial a uno formado en las aulas de una institución perteneciente a esa orden. Dado que nadie lee nuestros escritos, solamente podemos decir que se trata de coincidencias.
Añadido (24/02/08) Vuelven las corridas de toros a la Plaza México lo cual es un triunfo de la libertad individual. A quien le disguste esta expresión del arte puede irse a disfrutar de los combates del “The Ultimate Fighting Championship (UFC)” en donde, mientras un par de fulanos se agarran a mandarriazo limpio, ni quien se queje de que el salvajismo impera o se demande sea prohibida tal expresión de alta cultura (¡!).