Joel Hernández Santiago
Ahora resulta que el señor Donald J. Trump, presidente de los Estados Unidos de América, es quien marca la agenda política del gobierno mexicano.
Así parece ser a la vista del nerviosismo presidencial y a la vista de las acciones y reuniones de alto nivel que se llevan a cabo para preparar los invisibles planes A, B, C., que se dice que se tienen para defender la soberanía del país de las decisiones económicas y policiacas del presidente Trump en su nueva etapa de gobierno. Como si muchos otros grandes problemas nacionales no existieran.
La 4-T se mueve al ritmo y al compás de espera que mes a mes decide Washington; a sus lapsos de presión, sus aranceles en abonos, sus enojos o sus contentiñas, soportando, incluso, sus majaderías.
Como aquello de que hoy ‘México es un país que ha cedido el poder a los cárteles de la droga’, que es un ‘narco estado’ y ya matizado por JD Vance, el vicepresidente de Trump con aquello de que los mexicanos despertaremos siendo un “narco Estado”. Si no hubiera millones de consumidores de enervantes en Estados Unidos la cosa sería diferente.
“Cooperación sí, sumisión no”; “Cabeza fría” o “Serenidad y paciencia” se dice como placebo.
En el sexenio pasado si algún presidente o algún jefe de Estado o monarca afirmaba algo en tono crítico con respecto al gobierno de nuestro país, en tono crítico, inmediatamente se le acusaba de intervencionista, de injerencista y de atentado a la soberanía nacional. Y por eso México perdió presencia internacional y ganó enemigos o se enquistó con gobiernos como los de España, Perú, Austria… tantos más.
Desde antes de la llegada de Trump al poder en su nueva etapa presidencial, el 20 de enero pasado, sus amenazas calaban pero no se tomaban en serio por el gobierno. Con frecuencia la presidente Claudia Sheinbaum reía de los dichos de Trump y decía que eran dichos de campaña “pero no todo lo que se dice en campaña se cumple”, dijo.
En adelante cuando tomó posesión comenzó con la amenaza: ‘aranceles para los productos que lleguen de México porque no hacen nada por detener el envío de fentanilo a Estados Unidos, el mismo que mata a nuestros muchachos –decía Trump-; y porque no se persigue a los narcotraficantes y porque a través de México el comercio chino está ingresando a EUA’…
Ante las amenazas de una intervención militar en México para perseguir a los narcotraficantes, la presidente Sheinbaum envió una iniciativa al Legislativo por la cual se castigará a quienes intervengan en el país si el permiso de gobierno. Lo cual es tan maleable como una plastilina infantil.
Al final el 6 de marzo, luego de sus amenazas de que ya entrarían los aranceles del 25 por ciento a productos mexicanos, la presidente de México y el de EUA hablaron por teléfono. Se desconoce el tono y lo que en verdad se dijo en esta llamada: cada uno de los gobiernos dio a conocer su versión. Previo a esta llamada, aunque la presidente dijo que no pasaría nada, sí temía que ocurriera algo y por tanto anunció la imposición de aranceles ‘y no aranceles’ a productos importados de EUA…
Y convocó a una reunión masiva en el Zócalo de la capital del país, para dar a conocer estas medidas arancelarias y la respuesta a las amenazas de Trump: “Cooperación, no sumisión”. Dijo que lo haría en plaza pública. Era una medida desesperada para mostrar su fortaleza social y de poder político al presidente ultraconservador y republicano, Donald J. Trump.
Pero al final se llegó a una pausa de un mes más antes de volver a la carga de aranceles. Se afirmó que la plática fue muy buena y Trump dijo que la llevó muy bien con la presidente Sheinbaum.
Falta saber a qué se comprometió la presidente para de aquí a un mes cuando de nueva cuenta se evaluará al gobierno mexicano, y así será durante todo el tiempo que el presidente enloquecido de EUA lo decida. Por lo pronto, ese día, inmediato se fue en contra del comercio Chino en México.
Mientras tanto la marcha-concentración-mitin del domingo 9 de marzo se transformó de un mitin masivo de apoyo a la presidenta, en una pachanga, con grupos musicales y con altísimos costos que pagamos todos los mexicanos. Como si no supieran que los gringos saben bien el acarreo mexicano para llenar el Zócalo para aplaudir las causas más inverosímiles del gobierno en turno.
Por supuesto ningún mexicano que en verdad lo es quiere –queremos- una intervención gringa en México, por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia.
Pero eso del domingo no fue una muestra de Unidad Nacional. No lo fue porque no estuvo la voluntad nacional puesta ahí para apoyar, como uno, a la presidente de todos los mexicanos. Porque no quiere ser presidente de todos los mexicanos. Sólo los de su gobierno y su partido.
Trump es un peligro y ciertamente puede hacerle mucho daño a México y a los mexicanos si se lo propone. Pero también es cierto que la fortaleza nacional deberá ser sólida y sin ambages. Unidad nacional que es voluntad nacional, con mítines dominicales o sin ellos.
Hoy, lo hemos dicho, la Unidad Nacional es una irrealidad. El mismo gobierno de López Obrador y el de la señora Sheinbaum se han encargado de atomizar lo que pudo ser un país unido a pesar de las diferencias respecto del proyecto de Nación.
Y esto ha sido así porque el gobierno pudo gobernar para todos y no sólo para su propia supervivencia en el poder. Pudo gobernar en sentido democrático de inclusión y no exclusión de quienes no piensan igual.
El gobierno electo por mayoría tiene la responsabilidad con esa mayoría pero también con la minoría, que también son mexicanos, productivos y con derechos constitucionales-
Lo del domingo fue eso: una pachanga, una arenga, un desahogo de intenciones sobre el Poder Judicial y de asuntos internos. Una presunción de Unidad Nacional, pero sin unidad nacional.