EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Ciudad de México, sábado 14 de septiembre, 2019.– Se trata de contrastar vidas que son opuestas, perpendiculares, completamente diferentes a las Vidas paralelas de Plutarco quien intentó compaginar al héroe griego con el romano, entre otros, a Teseo el griego con Rómulo el romano y lo hizo porque le tocó vivir extrañando a los griegos y respetando a los romanos del Imperio.
El asunto es que estas vidas perpendiculares se pueden encontrar en algún punto de la imaginación, del tiempo o del espacio, como esas que elaboró David Huerta para La Plaza en los 90’s o como la que le sirvió a Iván Turgueniev para dar una conferencia en San Petersburgo en 1860 desde que encontró dos puntos de encuentro: uno, en 1605 cuando se publicó la primera parte de Don Quijote de Cervantes y, ese mismo año, Shakespeare estrenó Hamlet, el príncipe de Dinamarca en Londres; el segundo, fue entre los dos autores que fallecieron el mismo día, el 23 de abril de 1616, cada quien en su casa y con su propio calendario.
Turgueniev tomó en cuenta estas dos vidas perpendiculares para dar su conferencia aceptando que toda persona basa su vida en un principio rector, en un ideal o en una visión y, a partir de esto, apunta que Hamlet no tenía visión alguna y don Quijote la tenía más clara que nada.
Y así sigue contrastando, por ejemplo, sus conocimientos: don Quijote, como sabemos, estaba limitado a las novelas de caballería, aunque nos podemos preguntar: ¿qué más tiene que conocer alguien que sabe cuál es su razón de vivir? En cambio, Hamlet, había estudiado en la Universidad de Wittenberg y cuestionaba todo sin importarle que fuera un egoísta que estaba imposibilitado para pensar lo que debía hacer como príncipe, dudando de todo, con tal de poder llegar al fondo de las personas y de los sucesos, mientras se paseaba por los pasillos de Elsinore incapaz de entrar en acción.
Don Quijote parece que no disfruta de la vida y, a ratos enloquece, pero a sus pensamientos les confiere tal fuerza y grandeza que con eso tiene más que suficiente; en cambio, Hamlet es un melancólico que finge estar loco para salvar su vida.
En cuanto al físico, don Quijote era “recio, seco de carnes, enjuto de rostro, pobre y viejo”, pero es un hombre que va por la vida enderezando entuertos y defendiendo a los oprimidos. Hamlet es todo lo contrario: guapo, con una palidez que combina perfecto con su traje de terciopelo negro, hijo de un rey asesinado por su hermano quien le usurpó, no sólo la corona, sino también a la esposa y, por eso, de «las quijadas del infierno» aparece su padre para ordenarle que lo vengue, cosa que hace al final y por accidente.
Sus mujeres son también muy diferentes: don Quijote ama a una criatura imaginaria y todos los sueños con ella son puros y castos; Hamlet no ama a nadie, finge amar a Ofelia a quien un día le dijo que “la quería antes” y, cuando ella le contesta “que así se lo había dado a entender”, él remata diciéndole que “no debió de haberle creído.”
A Shakespeare no se le escapó nada en su vida gracias a esa mirada aguda que tenía para apropiarse de todas las imágenes con la misma potencia que el águila con su presa. Don Quijote se engañaba hasta a sí mismo.
Antes de morir, Hamlet le pide a Horacio que cuente su historia, antes que todo lo demás sea silencio. En cambio, don Quijote nos conmueve cuando Sancho Panza le dice que pronto saldrán en busca de nuevas aventuras y el moribundo le responde: Ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño; yo fui loco y ya soy cuerdo. Ya no soy don Quijote, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno.
Dos vidas perpendiculares, como las que inventaba David Huerta para La Plaza como lo hizo Turgueniev cuando las desarrolló con dos personajes y dos autores con tal ingenio que quedamos cautivados con los tres.