Magno Garcimarrero
Desde la antigua Grecia, los filósofos pensaron que los seres vivos y aún las cosas, tenían un modo bueno de manifestarse ante el mundo y llamaron virtud a ese impulso inmanente. El agua tiene la virtud de quitar la sed, la cicuta tiene la virtud de deshacerse de filósofos indeseables. Así encontraron cuatro virtudes orientadoras, dignas de señalar el derrotero de los seres humanos y por eso las llamaron virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
Durante muchos años la certeza de este pensamiento guio las acciones de quienes aspiraron a la perfección.
Desde los tiempos de don Porfirio, comenzó a considerarse a la ciudad de Jalapa (todavía con J) como la cuna (Atenas) de la cultura nacional y se optó por imitar a la antigua Grecia en su etapa más floreciente: la de Pericles. La imitación alcanzó para recrear un ágora, pero a falta de un Clístenes, tuvimos un Enrique Guerra, artista oriundo de Jalapa, a quien el gobernador Teodoro A. Dehesa ayudó y recomendó para que esculpiera estatuas que representaran las cuatro virtudes cardinales. El escultor se esmeró, se fue a Italia y las hizo de mármol de Carrara; las terminó casi al mismo tiempo en que también terminaban feamente sus gobiernos don Porfirio y don Teodoro con el estallamiento de la Revolución.
Las estatuas labradas por Enrique Guerra, haciendo honor al apellido del escultor sufrieron la guerra intestina y, se quedaron en la ciudad de México para ser traídas al terruño de último destino la Atenas veracruzana, una vez que hubo triunfado la revolución. Pero solo llegaron tres, La Templanza se la quedó la capital donde aún adorna el bosque de Chapultepec.
En el servicio municipal de Rubén Pabello Rojas, se contrató al escultor Armando Zavaleta León y éste reprodujo en mármol de Tatatila a La Templanza, representada por un musculoso atleta dominando un caballo del que se aprecia la cabeza sometida por el humano, pero como es ya anecdóticamente sabido, los escultores no saben de caballos, así que al igual que Tolsá le hizo al “Caballito” de Carlos IV los testículos parejos, cosa que criticó sabiamente la Güera Rodríguez, Zavaleta le puso pareja la dentadura al caballo de La Templanza, no sabía que el “bocado” (espacio sin dientes en la encía) es parte de la anatomía de esos brutos. O acaso si la copia fue fiel, pudo ser que Enrique Guerra no fuera el equivocado al descuidar el bocado.
La figura de La Fortaleza también es masculina, es un señor a medios cueros sometiendo a un león con una cachiporra. Las figuras de la Justicia y la Prudencia son femeninas, también a medio vestir, la primera con una espada y unas cadenas y la segunda agarrando de la oreja a un fauno, que pudiera representar la lujuria, vencido por la virtud.
Quizá vendría bien refrendar aquí el valor de las virtudes cardinales, por encima de las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad, que el oscurantismo religioso se inventó para atribuirlas a dios y no a los seres humanos, virtudes estas tres que con el tiempo se han convertido en vicios al servicio de los mandamases.
MG.