José Luis Parra
No es el inicio de gobierno de Claudia Sheinbaum, pero el cerco que le impuso la CNTE a Palacio Nacional fue tan simbólicamente poderoso, que muchos lo leyeron como una advertencia temprana: bienvenida al poder real, donde las decisiones no caben en PowerPoints ni en conferencias tranquilas.
La presidenta se vio obligada a transmitir vía Zoom su encuentro con el pueblo bueno —una mañanera descafeinada, sin temple ni aplausos— mientras afuera, los maestros le cerraban las puertas y, más allá, el crimen organizado abría fuego.
La ejecución a plena luz del día de dos colaboradores cercanos a Clara Brugada no solo sacudió a la Ciudad de México, también encendió focos rojos en Washington, en la FIFA… y, por supuesto, en la mente torcida de Donald Trump.
El presidente estadounidense, que no ha dejado de hacer campaña ni cuando está fuera del poder, viene tejiendo una estrategia clara: sabotear el rol de México en el Mundial 2026. Ya se ha reunido tres veces este año con Gianni Infantino, presidente de la FIFA. La más reciente, en el palacio de Lusail, en Qatar, como quien quiere jugar en cancha ajena pero con árbitro comprado.
Trump busca quitarle a México el partido inaugural previsto en el Estadio Azteca. Y el crimen organizado, sin proponérselo o acaso proponiéndoselo demasiado, le está haciendo el trabajo fácil. Porque el ataque ocurrió en plena Calzada de Tlalpan, acceso clave al estadio, justo cuando en Palacio Nacional se intentaba demostrar que el país puede garantizar la seguridad de miles de turistas y jefes de Estado.
La narrativa es perfecta para el republicano: “¿Quieren confiarle la apertura del Mundial a un país donde ejecutan funcionarios en la mañana y la presidenta electa no puede salir por una protesta sindical?” A eso súmese que la secretaria de Seguridad Interior de EU, Kristi Noem, ya vino a exigir medidas: deportaciones exprés, recolección de datos biométricos, garantías para los visitantes del evento deportivo. ¿Y qué respondió el gobierno mexicano? Zoom.
Por si fuera poco, la CNTE —una organización con historia, músculo y agenda propia— monta un plantón en el centro político del país, le toma las puertas al Ejecutivo y paraliza el corazón del gobierno sin disparar un solo tiro. El efecto es devastador: uno pensaría que fue una operación combinada entre sindicatos y narcos para probar quién manda.
Así, entre abrazos que no alcanzan y balas que no cesan, México está a punto de perder algo más que un partido: podría perder la poca credibilidad que le queda en el tablero internacional.
Y lo peor es que el Zoom no tiene replay.