Al gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto aún le faltan 2 mil 91 días para concluir. Hasta ayer ya transcurrieron cien. Los primeros cien de un total de 2 mil 191 días que componen el sexenio que va del 1 de diciembre de 2012 hasta el 30 de noviembre de 2018.
Y de estos primeros cien días del todavía nuevo gobierno queda una sensación, más que comprobada: Durante los últimos 12 años, en México no hubo gobierno. Hacía falta, urgía, un gobierno firme, suficientemente respaldado, para que el país pudiera salir adelante, superando
No hubo gobierno los 2 mil 191 días en los que Vicente Fox cedió el poder a los head hunters, primero; a su entonces flamante nueva esposa, después, y a los llamados poderes fácticos, todo el tiempo. El “¿y yo, por qué?” fue la divisa de su frívola irresponsabilidad, pues sus verdaderos afanes estuvieron invariablemente dedicados a enriquecerse brutalmente.
Tampoco lo hubo en el calamitoso sexenio del usurpador Felipe Calderón. Rodeado sólo de “cuates” en eterna parranda etílica –con la mayoría terminaría en pleito de cantina–, el michoacano instauró a la mediocridad como constante de su accionar, y peor aún, siempre influido por oscuros y hasta retorcidos personajes, de los cuales Genaro García Luna es el más claro ejemplo. ¿Gobernar? ¡No!, ¿para qué?
El reto de Peña Nieto, entonces, es enorme. Tiene como tarea permanente y constante, para los próximos 2 mil 91 días, el devolver a México la gobernabilidad perdida durante la docena trágica que los panistas ocuparon –hasta “haiga sido como haiga sido”– el Poder Ejecutivo Federal.
Esta gobernabilidad reinstaurada, no obstante, requiere nuevos elementos y factores, en algunos casos indispensablemente distintos a aquellos que surtieron efecto aquellos primeros 70 años de hegemonía priísta.
Para empezar, el reconocimiento de la complejidad como elemento natural del proceso político; luego, un sistema de participación y colaboración de actores plurales en el marco de redes plurales, y una nueva posición
de los poderes públicos en los procesos de gobierno, que demanda la adopción de nuevos roles e instrumentos.
HASTA EL TERCER MES
Corrían los primeros cien días del gobierno de Ernesto Zedillo y en alguna de las muchas pláticas con el ya para entonces ex Presidente José López Portillo, me confió que cualquiera puede imaginarse lo que es el poder, lo que significa ser Primer Mandatario, incluso quien ocupa sexenalmente el cargo. Pero que tal, invariablemente es sólo un ejercicio de imaginación. “Uno no acaba de darse cuenta de lo que significa ser Presidente de la República, sino hasta que ya va corriendo el tercer mes que uno despacha en Los Pinos”, me dijo.
Y está comenzando el tercer mes de Enrique Peña Nieto en el poder presidencial. Ya sabe, ahora sí, lo que es ser el Jefe del Estado mexicano. Más aún, Jefe de las Fuerzas Armadas, lo que estas mismas le reiteran y reiteran. Y ahora, también, Jefe de las Policías (la gendarmería), y ya formalmente Jefe de su partido político.
Investido de tanto poder Peña Nieto, en correspondencia está obligado a hacer un buen gobierno los próximos 2 mil 91 días.
De acuerdo con Gerry Stoker (1998), el buen gobierno de Peña Nieto deberá “poner en tela de juicio supuestos tradicionales que entienden al gobierno como si fuera independiente” de fuerzas sociales más amplias, y su legitimidad no viene dada, sino que resulta del reconocimiento expreso a relaciones de poder concretas.
“Un cambio en el equilibrio entre el Estado y la sociedad civil, donde hay una ciudadanía activa que contribuye a desarrollar el capital social y asume responsabilidades que tradicionalmente fueron del gobierno, y la complejidad que introduce la pérdida de nitidez en materia de límites y responsabilidades, suscita ambigüedad e incertidumbre.”
El “buen gobierno”, en fin, consistirá en lograr que las cosas se hagan, aunque no por el poder del gobierno de emplear autoridad, sino por emplear la capacidad de coordinación entre los interesados, la orientación para conseguir los resultados, y la integración y regulación para evitar efectos secundarios no deseados, y alcanzar coordinación efectiva.
La paradoja, empero, es que el buen gobierno puede fracasar por las tensiones, capacidades diferentes y fallos de dirección.
Ojala no falle los próximos 2 mil 91 días. Son cruciales, ¿o no?
Índice Flamígero: Y antes de que terminara el plazo de los cien días –invención de Napoleón para demostrar que no estaba débil tras su destierro en la isla de Elba, y que Franklin D. Roosevelt institucionalizara con el New Deal, o una mejoría de la situación a corto plazo–, el Pacto por México presentó su propuesta de reformas en el peleadísimo ramo de las telecomunicaciones. La segunda propuesta, tras la llamada reforma educativa.
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