Hay un enorme paralelismo entre Enrique Peña Nieto y Lyndon B. Johnson, quien gobernara a los Estados Unidos tras el asesinato de John F. Kennedy y luego de ello, en 1964, ganara avasalladoramente las elecciones con un 61% de los votos frente a su opositor conservador Barry Goldwater quien sólo alcanzó el 38.5 de los sufragios.
¿El parecido? Ambos heredaron una guerra iniciada por sus antecesores que, en los dos casos, tenía y tiene como destino final a la derrota.
Viene a cuento esta reflexión muy personal luego de leer lo que algunos medios han calificado como “el segundo manotazo del The New York Times” en contra de la naciente administración de Peña Nieto. El primero, usted lo recuerda porque se dio hace pocos días, habría sido el de “la revelación” –ya desvirtuada– de que el gobierno de Barack Obama habría vetado, a través de su embajador, el posible nombramiento del general Moisés García Ochoa como titular de la Defensa Nacional. El segundo, apenas este martes, criticando que el nuevo Presidente mexicano aún no haya cambiado las “políticas” de seguridad pública de su antecesor y, peor todavía, que la cantidad de muertos producto de la violencia siga en similares o aún mayores proporciones.
Igualito que Johnson en su momento. Nada importó a sus críticos su enorme labor en otros terrenos, como la aprobación de la Ley de los Derechos Civiles, que terminó con la segregación racial, ni la aprobación de las muchas iniciativas que envió al Capitolio y que fueron aprobados, tales como, cita la Wikipedia, la “ayuda federal para la educación, las artes y las humanidades; seguro de salud para los ancianos (Medicare) y para los pobres (Medicaid); viviendas de bajo coste y renovación urbana. La Ley de Derecho al Voto de 1965 que finalmente permitió a los afroamericanos estadounidenses acudir a las urnas. La discriminación hacia la inmigración también llegó a su fin: se abolieron las cuotas por origen nacional, lo que permitió un gran aumento en el número de visados de inmigración para países” que no fuesen europeos, como hasta ese momento sucedía.
Con Peña sucede igual. El NYT se centra en la fallida guerra de Calderón heredada por el priísta. Soslaya los avances legislativos producto del Pacto por México –¡vaya hazaña sentar a la misma mesa a actores que parecían seguir un guión de permanente confrontación!– que los liderazgos parlamentarios, señaladamente el de Manlio Fabio, supieron y pudieron procesar.
COORDINACIÓN, CLAVE
Claro que a Johnson le mintieron sus colaboradores –en especial Robert McNamara, secretario de la Defensa– y lo llevaron a agudizar el conflicto en la vieja Indochina. Intensificó los bombardeos al Vietcong, exacerbó a la guerrilla, incrementó el envío de decenas de miles de efectivos militares a la muerte o, en “el mejor” de los casos, a la incapacidad física y psicológica.
¿Le está pasando lo mismo a Peña Nieto con aquellos a quienes confió le apoyaran en temas de seguridad pública? ¿Se repite ahora la historia que, como siempre pasivos, observamos los mexicanos en el calamitoso sexenio anterior?
Corren muchas versiones al respecto. La intempestiva renuncia del potosino José Ramón Martell –una de las cuatro bajas que ya se registran en el naciente sexenio– a la secretaría ejecutiva del Sistema Nacional de Seguridad Pública, aumenta las sospechas de la descoordinación y los enfrentamientos en el equipo.
La controversial figura de Manuel Mondragón y Kalb también es objeto de chismorreo en las mesas de los cafés y mentideros políticos, cual decían los clásicos a aquellos lugares en los que se reúnen funcionarios, legisladores, lobistas y periodistas a intercambiar chismes, rumores, y de vez en cuando información.
¿Es motivo de “pleito” el edificio de la Avenida Constituyentes, donde está ubicado el aparatoso bunker creado por Genaro García Luna –una instalación subterránea de tres niveles con los más modernos sistemas tecnológicos? ¿Mondragón no debería despachar ahí? ¿Le corresponde hacerse cargo a Roberto Campa?
¿Por qué designar a secretarios del despacho presidencial como “enlaces” del quasi todopoderoso Miguel Ángel Osorio con los gobernadores? ¿Más burocracia? ¿Triangulación? ¿Por qué los mandatarios estatales no pueden establecer contacto directo con el hidalguense? ¿Con el Presidente mismo?
Coordinación es la clave. Que no haya McNamaras en el gabinete, ¿o sí?
Índice Flamígero: Miente Felipe Calderón, para no variar. En su cuenta de Twitter y desde Cambridge, Massachusetts, el michoacano recién se autoelogió por el éxito de “Todos Somos Juárez” que, dice, abatió la violencia y reconstruyó el tejido social de la ciudad fronteriza chihuahuense, tras el envío de policías federales y de elementos del Ejército. La verdad –llega un mensaje a mi buzón–, “los de la PFP sólo vinieron a extorsionar a la gente. Muchos de ellos llegaron con una maletita y al retirarse se iban con cajas y cajas de electrodomésticos y electrónicos”. Todo debido a la extorsión a la ciudadanía. De eso, claro, no twittea Calderón.
— jose ramon martell LOPEZ PORTILLO (sobrino?) , don Paco???
Usó, intencionadamente, los apellidos del ahora fallecido ex Presidente cuando éste fungía como Primer Mandatario. Después lo acortó a López. Y no, no hay relación familiar hasta donde conozco… Beso afectuoso para usted