* Las coronas mortuorias que adornan la lápida de la República son las Fuerzas Armadas, desfiguradas en sus actividades y anhelo cívico, ciudadano y militar, porque dejaron atrás ese espíritu conferido por el Plan DN-III, para convertirse en los edificadores de los sueños del presidente mexicano que todo lo deforma
Gregorio Ortega Molina
No me deja esta nefasta idea de que el presidente Andrés Manuel López Obrador, en su niñez o temprana juventud, soñó con ser propietario de una funeraria, o sepulturero de panteón, e incluso acarició el deseo de ser Caronte y llenarse los bolsillos con las monedas de los muertos.
Un hecho pronto será certificable, con todo y acta de defunción. AMLO se esmera en preparar las exequias de la República -que no del país, las naciones no se acaban, aunque sí se envilecen-, debimos intuirlo cuando en 2006 mandó al diablo a las instituciones, y recientemente, sin reparo alguno, salió con esa asesina frase: no me vengan con que la ley es la ley.
El esmero presidencial para desestructurar a la República hasta desaparecerla o desfigurarla o desmadrarla como figura jurídico política es pasmoso, y sólo un pálido reflejo de su verdadera personalidad, pulida a base de agravios (reales o figurados) a él proferidos, de ahí su impostergable necesidad de también encabezar una marcha, como si fuese el regreso triunfal de alguno de los césares. No puede respirar sin el aclamo popular.
El INE dista mucho de ser la puntilla. La democracia hace tiempo que dejó de determinar la vida política de la nación, desde el momento en que convirtió a la CNDH en una caricatura, a la SCJN en un reflejo de su voluntad, al Congreso en la voz de muñeco de ventrílocuo.
Decidió escarnecer a los pobres con la desaparición del seguro popular, con la desestructuración total del sistema de salud, iniciado con el desabasto inmisericorde de medicamentos; con la anulación de un proyecto educativo que incluso formó a quienes hoy gobiernan.
Las coronas mortuorias que adornan la lápida de la República son las Fuerzas Armadas, desfiguradas en sus actividades y anhelo cívico, ciudadano y militar, porque dejaron atrás ese espíritu conferido por el Plan DN-III, para convertirse en los edificadores de los sueños del presidente mexicano que todo lo deforma.
Los mexicanos que todavía honramos a la República, debemos prepararnos puesto que es posible que durante los próximos 24 meses se dé al traste con lo que queda de las instituciones, y se proclame un nuevo código moral de coexistencia entre mexicanos, en una nación donde no habrá espacio para la aspiración de ser mejores y más grandes. Estaremos en duelo por lo que fue un proyecto de nación.
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