El General Bernardo Reyes es recordado por sus múltiples facetas, como Militar y Ministro de la Guerra en el porfiriato, como gobernador de Nuevo León y Procónsul del Norte, como aspirante a suceder al presidente Díaz, como padre del brillante Alfonso Reyes, la más desafortunada como golpista en dos ocasiones en contra del gobierno del presidente Madero, la segunda de ellas le costó la vida cuando de manera romántica y temeraria pretendió montado en un brioso corcel tomar Palacio Nacional la mañana del 9 de febrero de 1913 siendo abatido por una ráfaga de ametralladora Hotchkiss disparada por el Capitán de Fragata Adolfo Bassó, intendente de Palacio Nacional y miembro de las fuerzas leales al gobierno de la república.
Sin embargo, hay una faceta poco recordada del polémico Bernardo Reyes y es precisamente la de escritor e historiador. Se le recuerda por dos obras particularmente, ediciones muy bellas, de lujo e impresas por J. Ballescá y Compañía, Sucesores, Editores, casa asentada en Barcelona.
Las obras en cuestión fueron “El Ejército Mexicano” de 1899 y “El General Porfirio Díaz “de 1903.
La primera de ellas, es un estudio detallado de la historia militar mexicana con láminas de colores y fotografías sin duda una edición moderna para la época, y donde da cuenta desde la conquista hasta la conformación del moderno y profesionalizado ejército federal que llegaba al siglo XX y es aquí donde surge la referencia a un hecho de armas, olvidado seguramente por ser una victoria española durante la época virreinal y también por haberse dado en las Antillas, particularmente en la isla de la Española que comparten la República Dominicana y Haití. Esta acción fue la afamada Batalla de la Sabana Real de la Limonada que se libró el 21 de enero de 1691 entre fuerzas francesas y españolas cerca de Cabo Haitiano y que representó una victoria contundente para las armas del Rey de España.
En “El Ejército Mexicano”, Reyes no abunda a profundidad en detalles sobre la batalla librada en la Antillas, pero si hace referencia a la presencia de fuerzas provenientes de la Nueva España que concurrieron en apoyo a los contingentes hispanos, y no solo a la Armada Real de Barlovento que dependió del Virrey de la Nueva España, sino de criollos y mestizos que se contaron entre los lanceros que decidieron el rumbo del enfrentamiento. Aquí Bernardo Reyes tocó un punto que es indiscutible, la pericia y temple de los jinetes mexicanos que surgieron de la fusión de dos mundos.
Es destacada la presencia del caballo en la vida en México y no solo en la vida cotidiana, como medio de transporte, en las labores de campo, en la cultura, la identidad que se forjó constituyendo una genuina mexicanidad o en la charrería, nuestro deporte nacional sino evidentemente en la guerra, donde el binomio dragón y caballo fue indispensable en guerras civiles y extranjeras hasta bien entrado el año de 1920 cuando la Escuela de Caballería del Heroico Colegio Militar dio la última carga al sable de nuestra historia.
Pero la Caballería no murió con aquella heroica carga de los alumnos del Colegio Militar en Apizaco, continuaron activas las unidades montadas en nuestro ejército hasta que los equinos fueron sustituidos no hace tanto por jeeps y los regimientos de caballería motorizados. Hoy con fortuna la caballería sigue siendo una de las armas que constituyen a nuestro ejército, y la modernidad no ha desplazado a los equinos que están presentes en el ejército. Los hombres de caballería a su vez son militares de excepcionales capacidades profesionales y técnicas sin dejar de lado la identidad y tradición de unas fuerzas armadas que en buena parte se formaron a caballo.
Si bien el triunfo del valle de la Limonada fue de las armas de España, y entre los vencedores se contaron peninsulares y voluntarios antillanos, también como ya se mencionó, participaron novohispanos que aunque pelearon bajo la enseña de la Cruz de Borgoña, por sus venas corrió sangre de una nueva nación, es por ello que Reyes, no sin razón al resaltar ese espíritu mexicano, atribuye su participación en dicha batalla a la primera victoria de mexicanos, no fueron ya mexicas combatiendo contra españoles, fueron las generaciones de criollos y mestizos que más tarde se constituyeron como mexicanos.
Como es sabido la isla de la Española, era compartida por franceses y españoles, también es conocida la rivalidad que en aquellos años existió entre Francia y el imperio español.
En 1690 desde lo que hoy es Haití, fuerzas francesas incursionaron al territorio español de la isla, entraron a sangre y fuego a la importante ciudad de Santiago de los Caballeros, la saquearon y la incendiaron.
Los españoles alarmados e indignados organizaron tropas para repeler las agresiones, pero también para cobrar la afrenta a los franceses.
Entre el apoyo que recibieron los españoles, con anuencia de la corona, estuvo el del 30 Virrey de la Nueva España, Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza quien ordenó el envío de la Armada Real de Barlovento, que era la flota dispuesta para combatir a piratas y corsarios en el caribe, así como de tropas desde México.
El afamado escritor novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora reseñó no solo la batalla sino la actuación del virrey y sus tropas. Para fines de ese 1690 los refuerzos ya estaban en Santo Domingo y se organizó el contrataque por tierra y por mar.
El 21 de enero de 1691 las fuerzas francesas y españolas se encontraron en el valle de la Limonada, aledaño a la playa, del lado francés se levantaba una loma desde la cual se podía apreciar todo el campo de batalla, ahí decidió instalarse Pierre Tarin de Cussy, comandante francés con su estado mayor, los españoles fueron comandados por el Maestre de Campo Francisco de Segura.
La batalla comenzó con escaramuzas y disparos de fusilería, sin embargo, los franceses no contaron con el arrojo de los lanceros españoles entre los que destacaron los dominicanos de la población de Higuey y por supuesto los novohispanos quienes flanquearon la loma y cayeron sobre Cussy y su estado mayor, abatiéndolos en el acto.
Las tropas francesas al verse sin mandos rompieron sus formaciones y huyeron despavoridas consumándose la brillante victoria española.
La batalla, también es conocida como el Milagro de la Limonada, pues los voluntarios de Higuey se encomendaron a la Virgen de Altagracia, a la cual le atribuyeron no solo la victoria, sino el escaso número de bajas entre sus filas, tanto así que la fiesta de la Virgen de Altagracia se cambió del 15 de agosto al 21 de enero.
Este hecho de armas, consolidó la hegemonía española en su fracción de la isla, pero también dio cuenta en tierras lejanas, del temple de aquellos mexicanos que poco más de cien años después consolidaron la independencia y soberanía de su patria en las guerras de ese aciago siglo XIX.