• No hay cambios sustanciales
• Peña Nieto, a contracorriente
Cada vez más tristes están las cifras de la economía mexicana. El empleo, por ejemplo, no crece, no da para más, y el aparato productivo no se satisface a sí mismo ni satisface la demanda de puestos de trabajo. Y la válvula de escape, la economía subterránea, crece y crece muy por encima de la economía legal, o formal. Y de paso, el Gobierno deja de captar un buen porcentaje de impuestos.
Este domingo, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, en el Informe Semanal del Vocero, dio cuentas de que, en la primera mitad del año, sólo se crearon poco menos de 300 mil nuevos empleos formales, los que se están registrados en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Y como marcha la economía, al final del año se habrán creado cuando mucho medio millón en total, sin hablar de la calidad de tales empleos.
Esta situación por sí misma es ya reveladora de que no ha habido cambios sustanciales en la economía desde que terminó la Docena Trágica panista. Pero hay otros datos más dramáticos y aterradores. Uno, esclarecedor del comportamiento de la economía, lo dio a conocer la semana pasada el secretario de Trabajo y Previsión Social mexicano, Alfonso Navarrete Prida, en el contexto de una reunión que sostuvo en Moscú con los agentes sociales del G20 (Grupo de los 20), a quienes les pidió su cooperación en la formalización del empleo en México, donde el gobierno actual, de Peña Nieto, se esfuerza en superar el reto de regularizar al 60 por ciento de sus trabajadores
Navarrete Prida fue brutalmente claro: “Cada vez que el país avanza diez pasos, en realidad avanza sólo cuatro porque seis representan una carga que no le permite moverse.”
La siguiente afirmación es escalofriante: “No hay reforma posible que pueda hacer de México un país viable dentro de la economía del siglo XXI con un 60 por ciento de empleo informal… Cualquier política en el ámbito económico tiene que tener como finalidad la creación de empleo para superar no sólo la falta de ingresos fiscales, que genera la opacidad del mercado laboral, sino también las desigualdades sociales que conlleva.
“La informalidad acrecienta las desigualdades. Una empresa informal tiene una capacidad de producción un 45 por ciento inferior que una empresa formal”, advirtió.
Además, agregó el funcionario mexicano, los programas de asistencia social dirigidos a esa población informal se comen los pocos recursos que genera una población formal reducida, que es la que paga impuestos.
El Gobierno de México ha articulado una política encaminada a regularizar las relaciones entre empresarios y empleados, y que se basa en cuatro ejes fundamentales: impulsar la creación de empleo, democratizar la productividad, salvaguardar los derechos de los trabajadores y conservar la paz laboral.
Ahí está la política económica que plantea la nueva administración. Pero la liga, por el momento, no puede estirarse más a riesgo de que reviente. Para crear empleos suficientes es indispensable que la economía crezca. Y ésta va en declive por las razones que usted quiera y mande. Y no se ve en el horizonte de corto y mediano plazos que los indicadores de las variables económicas vayan a dar la vuelta hacia arriba de la gráfica. No hay por dónde.
Esta situación preocupa a los administradores gubernamentales, ciertamente, porque su jefe, el presidente Peña Nieto, se comprometió en campaña a hacer crecer la economía y, por consiguiente, el empleo. Pero, por lo pronto, no es consuelo de tontos, habrá que taparse hasta donde dé la sábana.
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