No obstante que el jefe Arnulfo Uzeta les dijera a sus reporteros, en la redacción de aquel Excélsior irrepetible, masacrado por Luis Echeverría, que lo más difícil para el reportero es “sacarle la nota” a los boletines de prensa y a las trascripciones de los discursos políticos, pero que están obligados a descubrirla, actualmente este fenómeno rebasa la anécdota. Si no fuera trivial sería patético.
En aquellos años, exterminados el 8 de julio de 1976, cuando los reporteros nos dedicábamos muy seriamente a “destapar las cloacas” del poder, los boletines por lo menos servían, doblados en cuatro, para tomar apuntes en su cara no impresa o, como decía aquel genial jefe de información, para buscar una buena nota, un asunto, un tema que diera pie a una pesquisa para lograr una noticia de fondo, o una entrevista exclusiva, o un reportaje que realmente informase a los lectores.
Actualmente, con los avances académicos y tecnológicos y todo, toneladas de basura “informativa” inundan diariamente la bandeja de entrada del computador de los periodistas, sobre todo emitidos por el Senado y la Cámara de Diputados, por mencionar dos casos sin remedio. Los “representantes de la nación” se pelean el turno ante sus coordinaciones de comunicación social para que estos les redacten su boletín de prensa y aparezcan en los medios “informativos”, aunque sea en los famosos “portales” anidados en la Red, con cualquier baladí declaración – “exigimos”… “debe ser”…, “tomamos un punto de acuerdo”…”vamos a legislar”… “rechazamos”… y toda una retahíla de conceptos inexistentes, ficticios, pero nada en concreto. La trivialidad convertida en “información.”
Con todo, el reportero está obligado a darse un baño de basura “informativa” para ver si en ella descubre una perla aunque no sea preciosa, un dato novedoso, una cifra, un porcentaje, una palabra nueva, algo que pudiera ser noticia. Y la perla no aparece por ningún renglón de los miles que tiene que chutarse.
Imagine el dineral que las “instituciones” gastan para no informar, para desinformar a lo Nicolás Maquiavelo. Estructuras de comunicación social”, personal, maquinaria y equipo, servicios fotográficos y de grabación de videos, y otros gastos inconfesables, que sólo financian una maquinaria para procesar la desinformación. “No leas, que te embruteces”, decía en aquel entonces el inolvidable colega Toño Andrade.
Dirán los maestros de periodismo que siempre hay algo novedoso en la basura “informativa”. La verdad, buscarlo es como hurgar en un enorme tiradero de bazofia, de esas montañas de porquería que circundan pestilentes las grandes ciudades mexicanas. Un triunfo periodístico, si se encuentra una nota, una nota, ya no digamos una buena nota. Y menos una primicia.
De no ser por los esporádicos boletines de prensa que anuncian una acción gubernamental, correcta o equivocada – la causa del estallido en el complejo sede de Petróleos Mexicanos, la ratificación del Consejo del IFE a la multota a Andrés Manuel, el comportamiento de la economía, la caída o subida de los mercados bursátiles… -, gobernantes, funcionarios, políticos de todos los colores generalmente sólo buscan que su nombre aparezca impreso para engordar la síntesis de prensa que su oficina realiza todas las madrugadas y para cubrirse de gloria ante el jefe. La información concreta de los hechos, la explicación clara de las acciones de gobierno, la… verdadera información que sirva para tomar sensatas decisiones… no tiene la menor importancia. Y lo más grave es que la inmensa mayoría de los medios impresos y electrónicos llenan sus espacios y tiempos con toda esa basura.
Ya no hay tiempo de profundizar en un asunto atisbado en un pinchurriento boletín de prensa. Bueno. Hasta se publican textuales, sin siquiera una entrada original.
En fin, que estamos en lo que muchos llaman la era de la información, que en México es la de la desinformación. Pero los reporteros estamos obligados a encontrar la perla…