• Gran riesgo para la sobrevivencia del PT
• El Scratch du Oro tiene que ser campeón
Brasil, el gigante americano cabeza de las en muy en boga Economías Emergentes, que le roba el sueño a los conductores de la hasta ahora fallida economía mexicana, está siendo escenario de un segundo Mundial, a la par de la Copa del Mundo de futbol, una segunda confrontación que puede salirle muy cara a las aspiraciones políticas de la presidenta Dilma Russeff, al Partido del Trabajo y, sobre todo, al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, prácticamente el poder tras el trono que le fue arrebatado hace ya algunos ayeres a El Magnánimo Pedro II.
Si en México algunos importantes agentes políticos están muy preocupados, quién sabe por qué, de que las leyes secundarias de la reforma energética se discutan y se aprueben en las sombras que producirán las pantallas de la televisión futbolera, por la participación de El Tri en una justa en la que tiene muy poco que hacer, en Brasil los barones de la izquierda, aglutinados en el Partido del Trabajo, seguramente no duermen, primero ante las manifestaciones populares que están mostrando un cansancio social por la precaria situación social de las mayoría: indigencia, miseria, pobreza, desempleo, hambre, insalubridad, falta de escuelas.
Independientemente de que el descontento popular en las grandes ciudades brasileñas obedezca a poderosas razones para hacerse presente, aprovechando la mediática de los partidos de futbol, la oposición socialdemócrata de Aécio Neves indudablemente que está pescando en río revuelto con todas las intenciones de socavar la hegemonía de los laboristas de izquierda, liderados por Lula, el líder moral del movimiento de los trabajadores.
El problema brasileño lo crearon Lula y Dilma – ojo don Luis, ojo don Enrique -, que se vistieron con piel de oveja y crearon una poderosa economía de medio cachete (emergente), más floreciente en manos de los grandes magnates y las poderosas corporaciones industriales, detentadoras de los grandes medios de producción, y que aún no baja a los grandes conglomerados humanos, que aún no democratiza la riqueza, como lo están denunciando desde ya hace un año cientos de miles de manifestantes, que empezaron las protestas desde la celebración de la Copa Confederaciones.
Este jueves se inició la contienda futbolera, pero Brasil tiene que imponerse hasta el final y coronarse campeón del mundo. De no ser así, Russeff, da Silva y el PT se las verán negras en el proceso electoral que concluye este mismo año, el próximo 5 de octubre, y en el que los laboristas cifran todas sus esperanzas para perpetrarse en la presidencia de la república.
Hay analistas y observadores que no le dan mucha importancia al impacto que pudiera tener un triunfo o una derrota brasileña en esta justa deportiva y creen, como los economistas del banco suizo UBS, que una victoria o la derrota de Brasil no tendrá impacto significativo en las elecciones presidenciales del 5 de octubre en el país sudamericano, donde Dilma Roussef buscará mantenerse en el Palacio da Alvorada frente al candidato Neves. Esperan que su Scratch du Oro haga olvidar a su gente los problemas sociales denunciados por las multitudinarias manifestaciones populares.
Con todo, “si la organización de la copa demuestra ser un fracaso deportivo podría manchar la imagen del gobierno y constituirse en un catalizador para la reanudación de las protestas callejeras, lo que podría amplificar el impacto en la popularidad de las autoridades, como lo advierte un analista del banco suizo.
En 1994 y 2002 ––cuando Brasil logró sus últimos campeonatos–– los cambios en el panorama económico tuvieron un efecto mayor en el desenlace de las elecciones respectivas, sobre todo en 2002, cuando la preocupación por el avance en las encuestas de Lula da Silva, aspirante del PT, influyó en la volatilidad del mercado.
No es de dudarse que el impacto económico del mundial será pequeño, tomando en cuenta la gran extensión del país y los capitales concentrados en algunos estados, al tiempo que sólo 22 mil 500 millones de reales (0.1 por ciento del PIB anual) son inversiones directas para la infraestructura y organización del evento.
Pero el impacto mediático, ideológico, político podrían destrozar los planes de los laboristas de mantenerse en el poder, bajo la bandera de un socialismo muy al estilo brasileño, un bastante gatopardiano, que significa hacer cambios, reformas estructurales, para que nada cambie.
Sea lo que fuera, multitudes también salieron a las calles al ritmo del samba. Lo no es seguro es que puedan contentar a las multitudes que piden justicia social, en un país de terribles contrastes, en donde conviven los impresionantes edificios inteligentes con las miserables barracas de la favelas, en donde mucha gente tiene que buscar el alimento del día en los basureros. Y todo puede ocurrir en el estadio, como el autogol (el primer gol del mundial) en la portería brasileña provocado por Croacia. Ojo, México.
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