Joel Hernández Santiago
Al secretario de Gobernación de nuestro país corresponde la gobernabilidad interna de la nación. Que todo funcione en razón de la Constitución y las leyes que de ella emanan; que tanto los operarios políticos, los partidos, las organizaciones civiles y la sociedad en general entren en un esquema de diálogo, de arreglo y de política democrática.
Esto es en general lo que uno sabe que tendría que hacer el secretario de Gobernación. Está ahí para favorecer la convivencia social sana y la concordia entre poder político y poder civil. Arreglar las diferencias entre partes y dar solución a desavenencias. El chiste es que todos juntos marchemos por la vía democrática, en defensa de nuestras ideas y expresarlas, pero siempre con la consigna del respeto al derecho ajeno… etcétera.
O lo que a la letra dice respecto de las tareas del secretario de Gobernación: “Atiende el desarrollo político del país y coadyuva en la conducción de las relaciones del Poder Ejecutivo Federal con los otros poderes de la Unión y los demás niveles de gobierno para fomentar la convivencia armónica, la paz social, el desarrollo y el bienestar de las mexicanas y de los mexicanos en un Estado de Derecho.”
Es por lo menos lo que habrá de trasladar a los hechos el secretario de Gobernación de México.
Pero resulta que de un tiempo a esta parte, aquel tabasqueño que dejó de ser gobernador de su entidad para venir en auxilio del presidente de México, luego de la salida intempestiva de la anterior secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, en agosto de 2021, radicalmente dejó de buscar la famosa convivencia armónica entre mexicanos para pasar a ser un severo crítico de aquellos que no están de acuerdo –por razones ideológicas y políticas- con los mandatos de Palacio Nacional.
Es propio de un sistema democrático que haya diferencias de opinión, que haya distintas perspectivas de un mismo tema político y social o económico y que cada uno aporte su propia forma de entender y entenderse con la sociedad que le otorgó el mandato.
Así que, lamentablemente, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, quien ha sido uno de los tres personajes señalados por el presidente de México para buscar la candidatura de Morena a la presidencia de la República en 2024, decidió por la confronta, la descalificación, los adjetivos calificativos en contra de quienes desde su soberanía estatal han decidido no apoyar la reforma propuesta por el PRI, por mandato supremo, para que la el Ejército y la Marina mexicanos se mantengan en operativos de calle hasta 2028.
Es muy probable que el funcionario esté operando un modelo de hacer política ordenado por su jefe inmediato. Lo cual ha sido un modelo permanente desde el 1 de diciembre de 2018. Es probable, también, que lo haga para ganar terreno en su lucha por la candidatura presidencial.
Así que de pronto, aquel mesurado político negociador, aparece envalentonado y sarcástico, lanza descalificaciones a los gobernadores de oposición a Morena, como fue el caso de Enrique Alfaro –de Jalisco- de quien dijo que cuando piensa en “baños de sangre” no deja de pensar en esta entidad así como en Guanajuato.
Luego se refirió a Samuel García, de Nuevo León, al asegurar que éste “actúa con hipocresía y con egoísmo al defender a la Fuerza Civil y no solicitar elementos del Guardia Nacional en el estado de manera formal.”
Y calificó como “triste” la realidad que enfrenta Nuevo León en el tema de seguridad y dijo que la Fuerza Civil sólo presta servicios de vigilancia a empresas privadas, a cadenas de súper tiendas de conveniencia y a gasolinerías.
Por supuesto los aludidos dieron respuesta pronta a tales afirmaciones. Y por supuesto fueron agrias al mismo tiempo que respetuosas. Pero por encima de las formas, el estado de ánimo de todos quedó marcado por el mal sabor de boca que provocó que el funcionario que debiera ser punto de equilibrio para buscar solución a las desavenencias y dar sentido democrático a las distintas opciones ideológicas y de gobierno, encienda la flama de la discordia y el agravio.
No es esta la forma como se hace política en un sistema democrático; no por lo menos desde una oficina a la que todos los mexicanos pagamos para su servicio a la Nación y no para que se ocupe de estar bien con su jefe político y a su partido político y, al mismo tiempo, ocupar tiempo en sus aspiraciones presidenciales.
Uno de los grandes momentos en la historia de México fue el conocido como el de la República Restaurada, que es el periodo que va desde el triunfo de los liberales encabezados por Juárez sobre la intervención y el Imperio en 1867 y abarca los gobiernos de Benito Juárez (1867 a 1872) y de Sebastián Lerdo de Tejada (1872 a 1876).
En ese lapso el país alcanzó niveles de excelencia política, de derechos, de libertades, de apego a la constitución desde el gobierno y el predominio de la sociedad civil por encima de lo militar. Uno de los momentos de gloria en México, según muchos estudiosos, en particular don Daniel Cosío Villegas.
Saber hacer política no es obedecer al mandato único. Hacer política interna es buscar la solución a los problemas del país y no crearlos. En su protesta como titular de la secretaría de Gobernación juró respetar y hacer respetar a la Constitución y a las leyes que de ella emanen.
Es un juramento ante la Nación. Y estos juramentos se cumplen… ¿o no?