Dice AMLO que quiere construir una nueva clase media humana y fraterna, sin embargo desea un estrato más vulnerable a la manipulación.
Enrique Rodríguez
Según me recuerda mi querido amigo, el historiador Salvador Rueda Smithers, en la época revolucionaria existía una clase media representada por pequeños propietarios rurales y urbanos; profesionistas como médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, contadores, oficiales del ejército y profesores.
Venustiano Carranza, Emiliano Zapata, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas eran de las clases medias, me corrobora el gran especialista en temas de la Revolución Mexicana. Tras la lucha armada surgieron transformaciones que impulsaron el florecimiento de una clase media con mayores satisfactores y calidad de vida consolidada durante la primera mitad del siglo XX.
El estrato clasemediero creció sostenidamente a pesar de los grandes colapsos económicos que marcaron la era López Portillo, en la que el populismo priísta, errores de cálculo brutales y una corrupción rampante generaron el discurso irresponsable para decirle a los mexicanos que tendrían que aprender a administrar la abundancia durante la incontrolable petrolización de nuestra economía.
A partir de ahí, no dejamos de vivir en crisis económica como signo emblemático de los 80 y los 90.
Los ricos son menos, pero concentran más y el caballo de batalla en la movilidad social ha sido siempre la clase media, en un contexto de pobreza que lamentablemente no ha dejado de afectar en promedio a 60 millones de personas y se acentúa con mayor crudeza en el medio rural. Los signos de la desigualdad se profundizan con el rezago educativo, la carencia de oportunidades y el flagelo más indignante que es la pobreza extrema que impacta a más del 8.5% de la población (sin vivienda, sin servicios básicos y de salud, sin acceso a una alimentación nutritiva, sin escuela, ni seguridad social).
Los efectos de la peor pandemia en la historia reciente de la humanidad ha generado una disminución de la clase media, que según el Banco Mundial son aquellas personas que tienen un ingreso diario promedio de entre 13 y 70 dólares, es decir un rango que va de los 273 pesos a los 1470.
En la realidad mexicana, según el INEGI el ingreso promedio de los hogares clase media en el ámbito urbano va de 23,451 pesos a un máximo de 48,330 pesos. En este sector se deben considerar diversas variables en función de las posibilidades para gastar en telefonía e internet, alimentos y bebidas fuera del hogar, servicios médicos privados, conservación de la vivienda y pago de educación privada, entre otras.
El Estado de México, la capital, Jalisco y Nuevo León tienen en ese orden el mayor número de hogares de clase media en datos absolutos proporcionados por la misma fuente oficial durante 2020. En contraste, el mayor porcentaje de hogares de “clase baja” (sic) se registra en Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Puebla.
Una vez planteado este panorama necesario para el análisis, podemos desarrollar diversas reflexiones para entender mejor el resentimiento expresado por el Presidente Andrés Manuel López Obrador respecto a la clase media a la que considera aspiracionista, individualista y sin escrúpulos. A juzgar por su aparente estilo de vida, el Presidente de la República pertenece a la clase media, no así sus hijos que a través de sus recientes actividades empresariales y sociales están ya en el segmento de la clase alta, aunque se diga lo contrario o no se quiera reconocer así.
De ahí que las descalificaciones hacia los clasemedieros, llevan implícita una motivación política que puede razonarse en virtud de su permanente estrategia polarizante, que gusta de provocar resentimientos entre los más desprotegidos como sector mayoritario para dirigir la narrativa populista que le caracteriza.
Dice AMLO que quiere construir una nueva clase media humana y fraterna, sin embargo desea un estrato más vulnerable a la manipulación, que tenga menos posibilidades de realizar estudios en el extranjero y deje de ser crítica hacia su gobierno. La clase media analítica e informada no está dentro de la clientela cautiva del tabasqueño y por eso la denosta con mayor intensidad porque fue el segmento de la población que le propinó su reciente descalabro en las elecciones intermedias. En la Ciudad de México perdió 9 de 16 alcaldías en donde más clase media se concentra y así lo midieron en su control de daños.
La pandemia es un factor evidente de empobrecimiento en los últimos 21 meses, pero también lo ha sido la forma de gobernar con los esquemas de regresión al estatismo de los años 70 desde que inició el sexenio, hace casi 3 años.
En esta coyuntura el respaldo del gobierno federal ante el colapso de las pequeñas y medianas empresas en las que se ven representados los mexicanos de medianas posibilidades, ha sido prácticamente inexistente. Ha crecido el arrepentimiento de los indecisos confesos que le favorecieron en 2018 y se manifiesta con mayor claridad desde la clase social a la que dirige su artillería.
En un ámbito de asistencialismo y polarización se logrará una mayor permeabilidad de la retórica electorera entre los más desprotegidos, a quienes perversamente alientan con dádivas del presupuesto que no les sacarán de su postración. AMLO quiere que su clientela electoral se muestre agradecida para no cuestionarlo en la gestión de gobierno, el cálculo es fríamente espeluznante.
En la mermada clase media se encuentra la mayoría de los contribuyentes cautivos, los que aspiran a crecer por méritos personales, con esfuerzos individuales que no son sacrilegio en un mundo globalizado que segrega a los menos competitivos. López Obrador sabe que los menos vulnerables a la manipulación de su discurso, al final del sexenio no tendrán nada que agradecerle.
Para esos perversos que a la mitad del camino han fracasado en el combate a la pobreza, su visión de éxito se medirá en razón de la reducción de ese esforzado segmento en el que se desarrollan quienes viven en la justa medianía que destacaba Juárez como virtud para los servidores públicos.
¡Qué ironía!
Su objetivo es que los pobres estén sujetos a la dependencia de las migajas presupuestales, la falaz transformación que en realidad es un espejismo para pregonar un cambio que no necesariamente mejorará las condiciones de una mayoría vulnerable proclive al fanatismo.
EDICTOS
Se confirmó oficialmente la terna que les adelanté la semana pasada para cubrir la vacante que dejará el 12 de diciembre el ministro Fernando Franco en el pleno de la
Suprema Corte de Justicia. Han desaparecido las juezas y jueces de carrera de las propuestas presidenciales, sólo se incluyen los perfiles de incondicionales que actualmente despachan en el Consejo de la Judicatura Federal.
Loretta Ortiz, logrará alcanzar la toga en su tercer intento, la decisión ya fue tomada en Palacio Nacional y en el Senado las comparecencias y evaluaciones de los legisladores serán un mero trámite. La buena es que por primera vez desde la reforma de 1994 al Poder Judicial de la Federación, habrá 4 mujeres en el Máximo Tribunal de la Nación. La mala que es que el abordaje 4T en la Corte es imparable, en detrimento de su autonomía hacia un Ejecutivo Federal que todo lo quiere controlar.
Por otro lado, la crónica de una decisión cantada y despresurizada se dió para declarar inconstitucional por unanimidad, la bizarra ampliación de mandato del ministro Arturo Zaldívar en la presidencia del Tribunal Constitucional. Así terminó la desgastante novela de un intento de reelección de facto orquestada desde el Poder Legislativo instruida por ya saben quien.
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