La vida como es…
De Octavio Raziel
La distopía de George Orwell ha sido rebasada con mucho. Su novela 1984 con el Gran Hermano que observa desde el Ministerio de la Verdad todo movimiento de las clases en que ha sido dividido el mundo: el Estado, los “proles” y los “esclavos”, es una realidad.
Quienes disfrutamos la época de vacas gordas, también nos tocaron momentos con pensamientos utópicos sobre un mundo mejor. Las formas humanistas, los valores, la libertad de expresión y hasta de pensamiento, la cultura y el debate público, eran la cotidianidad. Los dictadores (democráticos o no) escondían su trabajo tras máscaras venecianas: Arlequines, Pantalone, Polichinelas, Pierrots, Colombinas y otras que les permitían danzar en un mundo carnavalesco.
Llegó el siglo XXI, y con él, el olvido de la palabra. Apareció la neolengua de Orwell, con un vocabulario sintético y compacto, cuya pobreza aspira a reducir también la capacidad de pensar.
Las distopías de Phillip K. Dick, Isaac Asimov, Ray Bradbury, Aldous Huxley, Stephen King y otros escritores, a los que se les sumaría la actual serie televisiva de The Black Mirror, se han quedado atrás.
Frente al miedo cada vez más evidente al Big Brother, al Gran Hermano que se esconde en el Ministerio de la Verdad, las nuevas generaciones ocultan sus pensamientos tras las tabletas, iPod o celulares. “No veo nada a mi alrededor. No oigo nada que no venga de mi aparato: No digo nada sino a través de mi celular”
“Te estoy vigilando” parece decirte la vida. Comenzaron los “pájaros en los alambres” de Gobernación que dejaban oír su click cada vez que se pronunciaban palabras claves; luego, los servidores de las computadoras apartaban o seleccionaban frases “peligrosas”. Los tiempos han cambiado: tus huellas dactilares son sólo alguno de los algoritmos necesarios para saber quién eres. El iris de tus ojos y hasta los humores que despides son captados por los controladores. Los ordenadores, tabletas y hasta los teléfonos móviles –aún apagados- graban todos tus movimientos (encuerado o vestido, es lo de menos) y las conversaciones que se producen en casa, o donde estés.
En alguna ocasión coloqué frente a mi casa una bandera del Estado Islámico y otra del Frente de Liberación Palestina. El resultado fue el esperado: tenía vigilancia día y noche del Mossad, la CIA y la KGB juntas. ¡Nunca me sentí más seguro! Lo mismo sucede con mi teléfono; de vez en cuando menciono las palabras: presidente, Mossad, ISIS, árabes, Estado Islámico o revolución, para tener una discreta ayuda de las fuerzas de seguridad nacionales o extranjeras cerca de casa. Facebook o Instagram se han convertido en un demiurgo que todo lo sabe, que nos vigila y controla. Hasta lo que pensamos se monta en nuestras redes. Por el momento, nos responde con anuncios o contactos sugeridos; pero, pronto, seremos un número más bajo la vigilancia de El Gran Hermano, y todo los que digamos o pensemos será utilizado en nuestra contra.
La actual administración de lo que fue alguna vez la capital de la República, adquirió miles de cámaras que no sólo siguen tus pasos, también hacen el estudio de tu cara. Los sistemas de nombre Rekognition, de reconocimiento facial han pasado de ser de una revolución tecnológica a una amenaza a la privacidad.
En la Unión Europea tienen ya una base de datos con el rostro de más de 500 millones de habitantes; las estaciones de autobuses de Madrid registran diariamente millones de caras y en China el sistema es el más desarrollado, hay una cámara por cada siete habitantes. Estos aparatos pueden ser un instrumento muy útil contra el crimen; pero también tienen una fuerza peligrosa contra la privacidad de los individuos. Recientemente, un hombre fue multado en Londres por cubrirse ante una cámara y evitar el reconocimiento facial. Muchos edificios, públicos o privados, cuando los visitas, lo primero que te ordenan es: “Viendo a la cámara por favor”.
¿Las élites de poder (R. Mills) estarán preparando el gran salto de la humanidad?
El ojo del Gran Hermano se hace cada vez más grande y más preciso.