Joel Hernández Santiago
Hace años se presentó en México la obra del chileno Alejandro Jodorowsky, “El juego que todos jugamos” (y que parece que se ha repuesto de tiempo en tiempo aquí). Era una sátira a lo que vivimos y cómo al final todos tenemos aspiraciones pero cada uno hace lo que mejor conviene a cada quien, sin salirse del juego social…
‘El político que vive esperando pasar a la historia, el comunista que espera la revolución mundial, el burócrata que vive esperando un aumento de sueldo, el comerciante que espera hacerse millonario, el profesor que vive esperando llegar a rector, el enfermo que espera la cura de su enfermedad, el religioso que espera llegar al paraíso, y así como éstas, se exponen otras muchas situaciones en las que los seres humanos vivimos esperando soluciones, sin tomar en cuenta que el potencial de solución radica en nosotros mismos…’, se leía en la reseña de la obra.
Pues eso, que de pronto muchos han caído en un juego colectivo de ver y esperar, sin ser parte cierta de lo que ocurre y sólo se es espectador sin la enjundia para tomar las decisiones que mejor convengan en democracia…
… Eso es: En democracia. Y como no tenemos una tradición democrática en México, pues como que nos cuesta trabajo saber cuáles son nuestras responsabilidades y nuestros derechos en ella.
Así que hoy mismo estamos viendo unas campañas extraordinarias –la gran mayoría de ellas, de todos los candidatos y de las distintas formaciones política–, no por excepcionales, sí por vacuas, inconsistentes, sin hondura, sin propuestas ni proyectos de nación, de futuro social en base a compromisos ciertos y basados en certezas y viabilidades.
Y vemos hasta con cierto cinismo que entre los candidatos, tanto a la presidencia como a las gubernaturas, municipios o legislativos, hay mucha riña, confrontación, descalabros, dimes y diretes, traiciones y transfuguismo. De todo ahí. Y se queda ahí.
Y los mexicanos se engolosinan con esas confrontaciones, se quedan en la anécdota, se quedan en la descalificación de unos a otros, de uno a otro, de las ocurrencias, de las propuestas inviables, que son evidentes, pero que resultan chistosas; se sienten atraídos por una feria de cifras surgidas de encuestas que lo único que hacen es hacer millonarios a los encuestadores y que, ellos mismos lo dicen, no garantizan nada, para, al final votar en base a… ¿a qué?
La autoridad electoral, el Instituto Nacional Electoral, ha dejado correr este juego perverso de política de reflectores y votos. Ha dejado hacer y deshacer. Ha permitido que aquello para lo que se le paga de ‘estimular la cultura política y fortalecer el sistema de partidos’ sea una etiqueta para la que se exige presupuesto –altísimo- pero al final nada: y los resultados están a la vista…
Asimismo, muchos medios poco exigentes han caído en ese juego maligno de encumbrar la relatividad política, la falacia y el juego de reproches y acusaciones como parte de la política nacional, sin cuestiona ni a candidatos, ni a autoridad electoral el punto de riesgo en el que nos encontramos.
Muchos analistas de lo político se quedan, asimismo, en la anécdota y analizan si ‘Songo le dio a Borondongo y cómo Borondongo le pegó a Bernabé…’.
La mayoría mexicana –según las casas encuestadoras, nuestras de cada día- ya tomó su decisión. Y está bien. Nada más faltaba que en democracia no se respetara la voluntad de la mayoría. Esto se consolidará el 1 de julio.
Pero da la casualidad de que ninguno –eso es, ninguno- de los candidatos a la presidencia, de cualquier partido, ha presentado a sus electores y posibles electores una propuesta consolidada, de lo que habrá de ser el país en su economía, su política, su sociedad, sus libertades, su crecimiento sostenido, su trabajo, su salud, su justicia, su política exterior, comercio…
… Todo se centra en la ciertamente locura de la corrupción y la impunidad: ahí el discurso único y en todos casos similar.
Y da la casualidad, también, de que en México se votará por más de 3 mil posiciones de elección popular ese 1 de julio, entre las que destacan 9 gubernaturas y municipios a raudales como legislaturas locales. Gran parte de la estructura de gobierno se moverá ese día, aunque ciertamente muchos ya saben por quién votar, pero no saben por qué votar.
Así que en esas estamos. El juego que todos jugamos. El retroceso sin par a un espacio en el que han desaparecido los partidos políticos porque no se votará por ellos en lo real, sino por quienes ellos mismos pusieron ahí, sin el permiso de nadie. Y sin embargo esos inexistentes partidos políticos reciben los recursos y las prebendas y el poder político sin ser ellos los interlocutores entre sociedad y gobierno, como se supone que debe ser.
En fin. Que lo que estamos viviendo es una gran lección de lo que no se debe hacer en democracia. Ojalá que durante el sexenio siguiente las cosas maduren, se transformen y, en efecto, alguna vez, pronto, podamos vivir una contienda electoral democrática y participativa; exigente a la vez que responsable. ¿Será?
jhsantiago@prodigy.net.mx