* Andrés Manuel López Obrador se apropia del poder con pasos contados y en detrimento del valor moral de la palabra. Convertido en el gran artífice del engaño, su popularidad excede toda lógica pues se erige sobre los cadáveres que resultan de sus políticas públicas, entre abrazos y desestructuración total del sector salud
Gregorio Ortega Molina
Algo cargaba entre ceja y ceja Victoriano Huerta, oculto, embozado, tan hábil para engañar que Francisco I. Madero ni José María Pino Suárez pudieron anticipar lo que se les vino encima: breve cárcel preventiva “oficiosa” y ejecución sumaria. Para los halcones fue necesario que dejaran de estorbar.
El Estado mexicano nunca pudo sustraerse a la traición ni a los gobiernos dictatoriales o, al menos autócratas. El mismo Juárez debió imponerse por la fuerza y el engaño. Sebastián Lerdo de Tejada lo supo bien.
Después de 1917 esta nación ha transitado por una diarquía, un Maximato y un partido de Estado, cuya función fue tan importante como la del secretario de Gobernación. Buena parte de los puestos de elección popular se cocinaban en el despacho del presidente del CEN del PRI. Este llevaba las listas de los elegidos al titular del Ejecutivo, para que las palomeara e hiciera sus observaciones.
Pero el Maximato y el cardenismo fueron, por encima de todo, gobiernos creadores de instituciones que facilitaron la paz interna necesaria para salir del caudillismo, al que la 4T nos regresa, pues hoy no se mueve ni una hoja del calendario sin la aprobación del Tlacaélel que deambula en las habitaciones de Palacio Nacional.
Ante el irracional temor a hacer la transición y la reforma del Estado, los actores políticos y los dueños del poder se conformaron con una mediocre alternancia que únicamente ha favorecido la acumulación de poder, la creación de fortunas y el empobrecimiento de ese México bueno y sabio que todos juran servir.
El propósito es el mismo: concentrar el poder en unas manos y encaramarse en la silla del águila en detrimento del orden constitucional, aunque los métodos sean diferentes: Huerta decidió hacerse cargo a sangre y fuego, mientras que Andrés Manuel López Obrador se apropia del poder con pasos contados y en detrimento del valor moral de la palabra. Convertido en el gran artífice del engaño, su popularidad excede toda lógica pues se erige sobre los cadáveres que resultan de sus políticas públicas, entre abrazos y desestructuración total del sector salud.
Dada la militarización de hecho y por encima de los órdenes legal y constitucional, imposible discernir cuál es el futuro inmediato, pero de que es ominoso, lo es… pronto habrá más balazos que abrazos.
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