* Los barones del dinero creen que ya la hicieron, con sus capitales fuera mientras ellos y sus hijos se alimentan sobre las necesidades de sus empleados y, quizá, hasta estén dispuestos a dormir sobre cadáveres, como lo hacen Roman Abramovich y los transas de la L-12
Gregorio Ortega Molina
Las sonrisas con las que -los propuestos como candidatos por AMLO- se mueven por los escenarios políticos, se presentan en los actos públicos y acuden ante la prensa, nos da su verdadera estatura ante el desafío que tenemos enfrente: no dan el peso. Ninguno… y los de la oposición, que hacen bien en no sumarse, no hacen uno con todos los nombres que suenan. El más destacado sigue siendo Chumel Torres, único capaz de hacernos olvidar lo que nos cuesta este gobierno del cambio.
El desafío histórico está a la vista, y afecta lo mismo a chairos que a fifís. El chahuistle no es selectivo, cuando cae lo hace sobre todos, y nunca puede determinarse su duración ni las consecuencias, como tampoco la manera en que afecta a todos al mismo tiempo. No escucho voces ni veo rostros que sean capaces de detener la disolución de México, sus instituciones, su proyecto de nación, sus leyes… quienes hoy mandan proceden, gozosos, a la desestructuración de la República, para ponerla en manos de los pelafustanes que la acechan.
México se deshace entre los dedos de sus gobernantes, desde al menos hace diez lustros. Quienes han gobernado lo hicieron sin atar ni desatar, sobre todo viendo sólo su privanza personal, lo mismo reflejada en la casa blanca que en la gris, o en solapar las consecuencias del desastre de la L-12, o en garantizar la impunidad sin procurar que los jueces dicten sentencias inequívocas. Todos son cómplices, todos están libres y comen sopa del mismo plato.
Sin cambio del modelo político México no desaparecerá, pero, en los hechos, dejará su soberanía en manos de los gobernantes de Estados Unidos. ¿Puede hacerse? Es cuestión de quererlo, de acceder al poder para sujetarlo a los resultados de una reforma del Estado y cambiar el presidencialismo que garantiza impunidad y corrupción, por uno parlamentario, estilo francés, para que los contrapesos y controles sean equilibrados y equitativos, y el Poder Judicial deje de empinarse tanto como el Legislativo.
Los barones del dinero creen que ya la hicieron, con sus capitales fuera mientras ellos y sus hijos se alimentan sobre las necesidades de sus empleados y, quizá, hasta estén dispuestos a dormir sobre cadáveres, como lo hacen Roman Abramovich y los transas de la L-12.
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