* Lo padecido por las instituciones de salud en materia de recursos, se convierte en falta de atención para los derechohabientes y, en no pocas oportunidades, también en sentencia de muerte
Gregorio Ortega Molina
La relación de los políticos con la palabrada dicha y dada, es tortuosa y perversa, distorsionada con toda intención para conservar el poder obtenido, o conquistarlo si, en algún extravío de sinceridad, lo perdieron.
Se acostumbraron a ofrecer lo que les es imposible cumplir; no por falta de ganas, es posible que efectivamente deseen servir a la sociedad, pero les aterra reconocer que no son infalibles y que los recursos de los que creen o dicen disponer no existen, y si los hubo hoy quedan las sobras de lo que fueron los activos del Estado más allá de los recursos fiscales, las cuotas sindicales y las aportaciones a los sistemas de salud.
El sistema de teatros y los impulsos a la cultura, incluso a través de telenovelas como El carruaje, son ejemplo del sentido humanista que poseyó, por breve momento, a los gobernantes, para dar sentido del gasto posible, gracias al dinero aportado por los cuantiosos recursos de los que dispusieron, como para conceptuar y llevar a cabo la idea de los libros de texto gratuitos.
Lo anterior se acabó, y lo que queda de ese humanismo está a punto de desaparecer.
De allí que llamara mi atención el ofrecimiento del director general del ISSSTE, José Reyes Baeza Terrazas, de acabar con el rezago quirúrgico que carga la institución que dirige; digamos que también el sistema de salud en su totalidad.
Es extraña la pifia, porque Reyes Baeza no es un recién llegado. Ha desempeñado puestos de elección popular con medianos resultados, es hábil en la componenda y el trueque en un empeño por dejar a todos contentos, pero puedo decirle que con la salud no se juega.
El rezago en quirófanos es la cancelación de oportunidades de vida, sobre todo cuando de un posible cáncer se trata, como lo indica el diagnóstico que para confirmarse requiere de una biopsia, pero un tumor en la vejiga difícilmente es benigno.
Lo padecido por las instituciones de salud en materia de recursos, se convierte en falta de atención para los derechohabientes y, en no pocas oportunidades, también en sentencia de muerte, pero los gerifaltes del Estado decidieron someterlo a una dieta rigurosa para adelgazarlo, sin importar que se perdieran millones de oportunidades de servir a la sociedad: una por cada ciudadano enfermo, muerto por falta de atención, o desaparecido, o secuestrado, o extorsionado.
Adelgazar al Estado lo convirtió, también, en rehén de la delincuencia organizada, escondida del otro lado del escritorio.