(Crónicas del Encierro)
Por: Carlos Cuevas
Como a casi todo mundo, la Pandemia del Covid-19 nos agarró desprevenidos. De repente me encontré encerrado, como casi todos; me quedé sin trabajo, como la gran mayoría; me llené de temores, como supongo, pasó con millones de personas.
Por supuesto, me preocupé por atender el problema sanitario tan grave y repentino que demanda atenciones especiales a las que no estábamos acostumbrados: el uso de mascarillas, los cubrebocas, el gel antibacterial, los sanitizantes diversos, la sana distancia, el lavarse las manos con frenesí, el no tocarse la cara y la una y mil cosas más recomendadas para enfrentar el coronavirus.
Como a millones, la Pandemia nos inmovilizó y a nuestras propias preocupaciones sanitarias se sumó muy pronto el problema económico. En lo personal no sólo me preocupé sino que me ocupé del tema porque además de la dependencia de mi familia, están mis compañeros músicos, mi familia extendida, y que dependen del trabajo artístico para vivir.
Se nos cayó la chamba. La situación se puso grave. Los artistas somos los últimos en la escala de necesidades frente a la Pandemia, y me refiero a la contratación de un cantante, porque mucho antes está comer y la atención médica; así, nosotros quedamos hasta lo último de lo último.
Sin embargo, músicos y artistas fuimos de los primeros en llevar con nuestro canto un mensaje de apoyo, un cariño a los demás, a los que más sufren, al sector médico y hospitalario que está en primera línea de la lucha contra la muerte y de ello nos sentimos satisfechos. Sabemos que no es muy grande nuestro aporte pero salió del corazón. La alegría, creo, es terapéutica ante tanto dolor.
Mucha gente bien nacida y sensible se ha manifestado de diversas formas frente al dolor de los demás que también es el nuestro. Hay muchas manos y muchos corazones apoyando al prójimo ante la tragedia. Cerca de mi casa en la CDMX, hay una tienda de abarrotes donde sus propietarios colocaron en la acera una mesa con productos comestibles y un letrero que dice: “Si necesitas toma, si quieres o te sobra algo, pon”.
Allí está el espíritu de la solidaridad. Así se expresa el amor al prójimo ante la Pandemia.
En el mes de mayo sufrí el dolor de dos pérdidas irreparables, tremendas, por culpa del Covid-19: Murió mi amigo Óscar Chávez en el hospital 20 de Noviembre del ISSSTE, el primer jueves de ese mes de la madre y de los maestros, y falleció también mi queridísimo hermano Yoshio, en el hospital Xoco del gobierno de la ciudad.
Lo más grave del asunto es que ni siquiera pudimos acompañarlos en su último adiós porque están contraindicados los funerales tradicionales. Doble pérdida, doble dolor. Y mi abrazo siempre afectuoso a sus familias tuvo que darse conforme a nuestra nueva realidad virtual: a la distancia y sin el calor de hermanos.
Me confiné en Cuernavaca. Al tener mucho más tiempo libre, aproveché para practicar más la guitarra y el piano, para tratar de componer alguna canción en homenaje a mis amigos que partieron; tuve la oportunidad hasta de bañar a mis perros. También reactivé mis enseñanzas infantiles de lavar y secar trastes y hasta cambiar focos y otros arreglos caseros. Todo un tratado de sobrevivencia a lado de los míos.
Sin trabajo en perspectiva, me puse a idear cómo salir de nuestra crisis y generar ingresos. Soy de los artistas que más conciertos vía streaming ha realizado en la Pandemia. Algo siempre será mejor que nada y así mis compañeros músicos han conseguido algún ingreso.
En esas estaba, pensando cómo enfrentar la economía y los riesgos del Covid-19, convencido de que el ser humano saldrá victorioso de la Pandemia si entiende que debemos ser mejores seres humanos, más solidarios, hermanos de verdad, porque, si no es así, simplemente no merecemos este planeta que habitamos como casa común de todos.
En esas estaba, cuando el 24 de junio recibí un correo electrónico en mi cuenta personal de un tipo que decía ser abogado de una familiar muy cercana, con la cuál tengo años de no tratar. Decía que yo debía dejar de molestarla ¿¿?? Y de denostarla ¿¿?? Porque si no iban a proceder legalmente ¿¿??
Yo pensé que se trataba de la broma de algún vivillo que me quería hacer una maldad pero no, iban en serio. El sujeto ese, al día siguiente del comunicado, hizo toda una campaña de medios de comunicación dando a conocer la carta y mi domicilio particular, pero culpando dolosamente a su víctima de ser quien divulgó ese bodrio. Primer golpe.
La intención de dañarme era evidente ¿Quién pone en un mail la dirección particular de alguien? Pues ellos lo hicieron.
Divulgaron mi domicilio particular en diversos medios y de manera orquestada. Cuando eso sucedió, mi amigo Gustavo Adolfo Infante me llamó y preguntó si yo había dado a conocer ese tema. Lo negué. Me pidió entonces copia del mismo y lo manejó en su programa de televisión, pero ocultando mi dirección particular, es decir, respetó mis datos personales, lo que no hizo el agresor inicial.
Una semana después, mi familiar hizo una rueda de prensa, en plena Pandemia, sí, ¿acaso el confinamiento envenenó su ser a niveles extremos? Y lanzó un comunicado donde expresa amenazas indirectas pero bien direccionadas en contra mía. Habla de destruirme a mí y a mi entorno familiar. Segundo golpe
Pocas semanas después, recibí en mi domicilio de la ciudad de México dos cartas amenazantes. Amenazas de muerte, pues. De manera directa me dicen que deje de molestar a las señora ¿¿?? O me las veré con ellos. Firman unos supuestos Justicieros del Norte y un club de la admiradores de la señora. Tercer golpe.
Las amenazas de muerte no son un juego. Ellos, los agresores, vulneraron mi seguridad personal de manera dolosa. Sabían muy bien lo que hacían. Todo estaba orquestado. Entonces, en plena Pandemia y desafiando al Covid-19 me reuní con abogados de mi absoluta confianza y se decidió denunciar penalmente al supuesto abogado defensor de mi familiar, mismo que inició el ataque.
En la Fiscalía en Miguel Hidalgo se abrió la primera carpeta de investigación, se me brindó protección como víctima y se le dictaron medidas de restricción al agresor. De inmediato, apareció otro abogado que dijo ser abogado del abogado, mismo que continuó la enfermiza y demencial campaña de odio en mi contra.
También fue denunciado el segundo agresor y se le abrió carpeta de investigación por los presuntos delitos de amenazas y daño a la honra de las personas. A pesar de tener impuestas medidas restrictivas, esos dos agresores continuaron sus ataques, principalmente en el programa de televisión que tienen a su servicio donde se dan vuelo atacando pero haciéndose las víctimas. Cuarto golpe.
Pero los agresores no podían aceptar que fueron denunciados ante la Fiscalía y urdieron un supuesto delito de violencia familiar contra mi pariente (a la que no veo, reitero, hace años) y la llevaron a denunciarme ante el Ministerio Público. Quinto golpe.
Es evidente que lo hicieron de puro ardor. No esperaban que me defendiera y al parecer eso los irritó en demasía. Por supuesto se dieron vuelo mediáticamente y algunos medios ya hasta me hacían en las Islas Marías, purgando mi pena.
Frente a la campaña de odio y desinformación, realicé una conferencia de prensa para aclarar partidas e informar de los hechos. Fue como echarle gasolina al fuego.
El uno de octubre, en ese programa vespertino de TV azteca al servicio de los agresores, durante más de media hora, tiempo inusual para un solo asunto, mi familiar se dedicó a denostarme, a insultarme, a dar golpes bajos con calumnias infames, una serie de bajezas…
En pocas palabras, hasta sacó de sus tumbas a mis padres a los que nunca respetó en vida y sin pudor alguno los utilizó para dirimir sus rencores personales. En esa televisora de alcance nacional, ella, la misma que llora lágrimas de cocodrilo frente a la virgen morena del Tepeyac, vomitó todo el veneno de la mentira y la vileza para apuñalar por la espalda a su familiar. ¡Cuánta caridad guadalupana!
Muchos me han preguntado ¿Cuál es la razón de fondo para tanto odio entre hermanos? Siempre aclaro: yo no odio a nadie, soy gente de paz, solo me defiendo y me seguiré defendiendo. Lo que tengo muy claro es que todo inició cuando contesté a una pregunta expresa sobre que Juan Gabriel el cantautor supuestamente le pidió matrimonio a mi familiar y yo dije que no me constaba. Allí estalló la bomba cuyos efectos siguen al día de hoy. No sé si esa respuesta truncó algún negocio, pero allí inició el ataque demencial.
Sí, frente a esa agresión inaudita procedí a denunciar penalmente a mi familiar, mientras el grupo agresor escapaba por la puerta de atrás en la carpeta iniciada por ella donde hicieron un ridículo jurídico mayúsculo, pero intentaron capitalizar su escape diciendo ante los medios que “me perdonaba”. ¿Cuál perdón si no pudieron acreditar ningún delito o agravio cometido por mi en su contra? Los agresores quisieron mostrarse muy benevolentes “perdonando” a su víctima.
Mi lucha por la defensa del honor personal y artístico y por la justicia seguirá hasta sus últimas consecuencias. Esa lucha también tuvo su parte médica pues hace algunas semanas el Covid pescó a mi familia y nos puso a todos en cuarentena. Cuánta vulnerabilidad y cuánta fortaleza. Lo superamos gracias a Dios.
Ahora, derivado de las agresiones jurídicas y mediáticas, estamos creando una Asociación Civil que se encargará de apoyar a los artistas frente al nuevo tipo de Pandemia que ha surgido en el medio artístico: algunos pésimos abogados que se sienten las estrellas del espectáculo (para lucrar con ello).
Asimismo, se darán talleres de capacitación gratuitos para reporteros y conductores de la fuente del espectáculo.
Acabo de regresar de Yucatán donde ya libre del bicho del Covid acompañé, junto con otros artistas, a mi amigo, el gran maestro Armando Manzanero, a inaugurar su museo en su natal Mérida. Ahora mismo ese gran señor está postrado en cama luchando contra el Covid.
Lo dicho, cuando deberíamos estar atentos a superar los retos, a ser mejores hermanos, mucho mejores seres humanos, pues no, al parecer también existe una Pandemia del alma.
¿Acaso algún día habrá una vacuna contra esa enfermedad del resentimiento, contra esa Pandemia del odio? Ojalá y Dios quiera. ¡Alegría!