José Luis Parra
En Roma, el que entra de papa sale de cardenal. En México, el que entra de presidente… a veces ni entra. Esta semana, mientras en el Vaticano el Espíritu Santo se tomaba apenas cuatro votaciones para ungir a Robert Francis Prevost como León XIV, en Palacio Nacional seguía el misterio: ¿quién manda en Morena?
La elección del nuevo Papa, rápida, sigilosa y quirúrgica, dejó lecciones que ya quisiéramos en nuestro convento político: saber cuándo retirarse, no aferrarse a una candidatura que ya huele a derrota y, sobre todo, ceder con dignidad. Pietro Parolin, el favorito, supo leer la señal y terminó preguntando, con sonrisa diplomática, si su rival aceptaba la tiara. Así se hace política eclesiástica.
En contraste, en la República laica, Claudia Sheinbaum aún no se entera que ya debe portar su propia tiara. Morena, su partido, está sin control. Lo dice Mario Delgado, ahora en modo secretario de Educación Pública, pero con alma de operador frustrado. En visita reciente al muralismo educativo junto a José Luis Rodríguez Zapatero, el español debió haber notado más fracturas internas que en el Guernica.
Delgado no se anduvo con rodeos: hay vacío en el centro político de Morena. La presidenta trabaja mucho, sí, pero no manda. Rocío Nahle andaba de cacería judicial en Veracruz. Pedro Haces tomándose selfies en España como si la austeridad fuera para otros. Y en el Metro capitalino aterriza Adrián Ruvalcava, una designación tan controversial que ni los morenistas pueden explicar sin pasarse de cínicos.
En Roma, los pactos secretos están prohibidos pero se hacen. En Morena, están permitidos… pero nadie los quiere firmar. En Tabasco, Sinaloa, Morelos y Oaxaca se fraguan pequeñas guerras civiles internas, algunas con huida incluida. En San Lázaro y el Senado, los que operan lo hacen como huérfanos de consigna. Sheinbaum gestiona con rigor técnico, pero sin brújula política.
Y cuando no hay brújula, cada quien se siente el norte.
Mario Delgado empuja la idea de nombrar desde ahora a los coordinadores estatales rumbo a 2027. Quiere evitar que los gobernadores se conviertan en pequeños papables, que se crean con derecho a fumar su propia fumata. Pero en Morena nadie se quita el solideo si no es por orden directa. Y Sheinbaum, por ahora,no da órdenes.
Volviendo al Vaticano: cuando en 2013 se desplomó Angelo Scola, los italianos creyeron que aún podían dictar el ritmo del catolicismo. Francisco les corrigió la plana. Hoy, con Prevost, vuelve el mensaje: el que parece seguro, no lo es; el que opera en silencio, gana.
Morena debería tomar nota. No hay mayor amenaza para un partido que un liderazgo que no lidera. Y no hay mayor debilidad que esperar a que el caos se ordene solo.
Mientras tanto, allá en Roma, León XIV ya reparte bendiciones.
Aquí, seguimos esperando que alguien reparta manotazos