(Crónicas del Encierro, Eduardo Macías, coordinador)
Por Alejandro Ruiz
En mi niñez, cuando mis abuelos o padres platicaban de sus épocas infantiles o juveniles, siempre empezaban con las expresiones clásicas: “en mis tiempos” o “yo recuerdo” y en seguida soltaban el cúmulo de vivencias tenidas, exageradas o ciertas, pero siempre parecían alejadas de la realidad presente.
Pues sí, tal pareciera que eso mismo se sucede con la Pandemia. Hablar de conciertos, reuniones o encuentros distintos a los virtuales parecería que fue hace mucho, mucho tiempo, pero no, fue la constante hasta hace casi diez meses.
Trabajar en la oficina o estar temprano en casa era de lo más deseable; no obstante, nos llenábamos de actividades sociales y sus repercusiones; es decir, la falta de comunicación en los ámbitos laboral y familiar, el poco descanso y el muy escaso tiempo para nosotros.
A mayor abundamiento, las largas jornadas fuera del hogar, las múltiples juntas o bien, los compromisos sociales eran el pan nuestro de cada día. Sabíamos a qué hora empezaba nuestra jornada pero casi la hora de llegar a casa.
Y no había otra que sobrevivir a ritmo acelerado, el tráfico insoportable y las aglomeraciones, entre otras cosas; a tal grado era ese frenesí, que nos decíamos seguido: ojalá y esto acabe. No me alcanza el día. ¡Y sucedió!
Fuimos advertidos con tiempo de los efectos de la Pandemia, y para variar, decidimos tomar las precauciones “ muy a la mexicana”. Lo hicimos así como país y sociedad. Y de pronto nos vimos sumergidos en una vorágine de situaciones nuevas e insólitas. Un desfile de muerte surgió imparable hasta nuestros días.
El anuncio de las autoridades para restringir actividades y que los trabajos fueran en casa y no en sitio, nos hizo cuestionarnos a todos sobre la estabilidad económica, social y familiar.
La mayoría fuimos presa de la desinformación y no alcanzábamos a comprender lo que venía. Poco a poco, la instalación de medidas de seguridad en los centros de trabajo fue una constante y el procurarnos se hizo una obligación social.
Y con las advertencias y los riesgos inminentes a la salud llegaron los cambios. La minimización del discurso oficial por la Pandemia pasó a ser la maximización de la mortandad y con ello, la tragedia.
El contacto físico cedió a lo virtual; la corbata y la pañoleta fueron dejadas de lado y sustituidas por cubrebocas; la cercanía pasó a ser una efeméride y la distancia una norma.
La tecnología que se utilizaba en casa generalmente para distractores, pasó a ser la forma de comunicación para el trabajo y ni hablar de los esfuerzos de todos por entenderla y estar a la vanguardia.
El hecho de observar la asistencia en el trabajo debió ser olvidado por el permanecer seguro en casa.
Aprendimos que los cambios continuos nos sacaron de la comodidad de nuestros planes y nos dieron la posibilidad de entender la nueva realidad e innovar.
Ante tanta incertidumbre, ¿Qué teníamos qué hacer los empresarios para enfrentar el reto de mantener vigentes nuestros centros de trabajo?
Era normal que tuviésemos sentimientos encontrados, angustias y miedos pero ¿Qué le podríamos decir, que dejará tranquilos a quienes dependen de nosotros, tanto en casa como en lo laboral?
Las charlas en familia y con los socios fueron extremas atendiendo todos los escenarios. Salir a trabajar era exponerse a la enfermedad y quedarnos en casa significaba perder la posibilidad de producir para satisfacer las necesidades más apremiantes. Todo un dilema a resolver.
La fuerte presión llevó a muchos a tomar medidas que implicaban riesgos y compromisos muy fuertes, pero de algo los empresarios siempre hemos estado conscientes: “emprender es una forma de vida nos lleva a afrontar retos y encontrar soluciones hasta alcanzar nuestras metas”.
De tal manera que, tanto en familia como en la empresa, decidimos expresarle a la fuerza laboral que cumpliríamos con nuestras responsabilidades y seguiríamos trabajando duro con todas las precauciones para que no decayera el negocio y tuviéramos posibilidades de seguir generando ingresos.
En casa, nos comprometimos a salir sólo lo indispensable y evitar cualesquier tipo de reuniones antes tan comunes y ordinarias.
Con los compañeros de trabajo, atendimos a sus circunstancias individuales y decidimos que quienes fueran población vulnerable debido a su edad, salud o paternidad, trabajaran en casa a través de medios remotos.
El resto, limitarían sus salidas y entradas y de ser necesario, utilizarían siempre cubrebocas y mascarillas y tomarían todas las medidas sanitarias posibles, para no llevar ni traer el bicho del coronavirus al centro de trabajo.
Por un acuerdo entre todos, privilegiamos que las labores serían en su mayoría desde casa y con la asistencia mínima, así como jornadas reducidas en el centro de trabajo.
Y en lo que antes fuera un centro laboral con mucho movimiento, se tomaron medidas para evitar al máximo las concentraciones y el tránsito; se implementaron severas medidas de sanitización e higiene que garantizaran la ausencia del virus.
Para mayor tranquilidad, repetíamos a cada uno, tanto en casa como en el trabajo: lo único que debe inquietarte en la Pandemia es no ser lo suficientemente cuidadoso de tí, de quienes amas y de los demás. Este llamado siempre ha estado presente y quedó tatuado en la mente y en la piel.
Conforme avanzaron los días, las semanas y los meses, tratamos de brindar un mejor servicio al público y tener un mayor acercamiento virtual con los clientes, de tal manera que ellos supieran que a pesar de la distancia los procurábamos a ellos y sus proyectos, tal como si fueran nuestros.
No obstante, la muerte se empezó a hacer presente de forma creciente al igual que los infectados; por ello, extremamos mayores precauciones y una vez que teníamos conocimiento de algún infortunio, buscamos un contacto respetuoso de apoyo.
Los riesgos están por doquier y las malas noticias vuelan. Lo importante es no perder la objetividad y la buena actitud para conservar la salud, procurar al cliente y seguir generando riqueza.
Y ante las circunstancias, surgió la magia: el espíritu de equipo. Es decir, la colaboración, procuración, apoyo y solidaridad entre los presentes y los ausentes y empezó a darse un cambio de forma contundente.
La forma de comunicación, ya fuera personal o virtual, se hizo cada vez más cálida y la sola respuesta de “estoy bien” se convirtió en un aliciente para seguir cuidándonos.
Cualquier otra respuesta, nos producía inquietud e inmediatamente nos ofrecíamos a auxiliar en lo que se requiriera.
Entendimos que no hay mejor remedio ante la adversidad que la fortaleza de espíritu y tener una conciencia colectiva para responder a ella como un todo, sin perder nuestra propia individualidad.
Con la participación en equipo llegaron las ideas revolucionarias que quizá en otras circunstancias jamás se hubieran dado.
De hecho, no sólo eran ideas sino el compromiso individual de llevarlas a cabo para lograr la satisfacción del cliente y la nuestra propia.
Empezamos a ver los cambios y actuamos todos con el compromiso de ver al máximo por nuestra fuente de trabajo, actuando de manera eficaz y eficiente ante lo que nos fuera solicitado, y según nuestra área de trabajo.
La respuesta fue favorable; los clientes empezaron a llamar y a mostrar mayor confianza en nosotros.
También nos abríamos a la crítica para mejorar. Acuñamos una frase que nos marcó: “la humildad para cambiar es un valor para afrontar las adversidades”.
Frente al coronavirus que todo lo alteró, sabemos que estamos ante un panorama sombrío con destellos de luz por la vacuna; de hecho, seguimos con dudas en cuanto a su funcionamiento y aplicación.
Nadie sabe de cierto si las vacunas serán solución integral, en qué porcentaje funcionarán o si uno será infectado antes de que la apliquen a todos.
Bajo estas condiciones, hoy se nos presenta la posibilidad de valorar mejor lo que tenemos. Sabernos con salud, familia y trabajo son las bendiciones que antes habíamos relegado.
En nuestra conciencia está el compromiso de tomar todas las precauciones y aprovechar mejor lo que tenemos. Es decir, revaloramos todo.
Asimismo, fortalecimos la comunicación en casa, con nuestros amigos, compañeros de trabajo y clientes para seguir disfrutándonos a la distancia con la ilusión de que pronto lo hagamos en presencial, como antes.
En cuanto a los infortunios, es cierto, todos hemos enfrentado pérdidas irreparables, pero nos hemos mentalizado para que el recuerdo de esos seres queridos viva por siempre en nuestro ser.
Después de todo, con la Pandemia hemos aprendido a cabalidad que ¡la vida es una y vivirla es lo máximo!
Ahora, tanto en casa como en la oficina estamos comprometidos con ser mejores personas y profesionales. Nos cuidamos por nosotros y por quienes amamos, por los demás… ¡Eso es algo que día con día nos demostramos!
Sí, mi crónica del encierro me dice que he sido muy afortunado como empresario y como persona. Que cuento con un gran equipo de compañeros para sortear la tremenda prueba del 2020.
Con trabajo, disposición y fortuna logramos sobrevivir a las circunstancias de la Pandemia.
Sin embargo, no todos pudieron conseguirlo. Vaya nuestra mayor solidaridad y respeto para quienes perdieron sus fuentes de empleo, sus trabajos formales o informales, y sus empresas de cualquier tamaño y giro.
A todos ellos, de corazón deseamos que pronto cambien las circunstancias y regresen a producir los bienes y servicios que necesita el país. A generar la riqueza para sí, para los suyos y para nuestra sufrida patria.
El 2021 debe ser un año para levantar la cabeza muy arriba, incluso como la mítica Ave Fenix, desde las propias cenizas. Fortaleza y bendiciones para todos.