La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Los únicos sitios en los que no debe haber reciclaje son las cámaras legislativas
De acuerdo con el experto de la UNAM, Arcadio Monroy Ata, en México se producen alrededor de 42 millones de toneladas de residuos sólidos urbanos al año, de los que sólo se recicla un aproximado del 14%. Por residuos sólidos nos referimos al vidrio, papel, plásticos, metales, textiles y materia orgánica, esta última, conforma el 53% del tonelaje.
En este sentido, se afirma que hasta un 80% de los desechos podrían ser reciclados, pero, la falta de educación, a lo que se suma la carencia de infraestructura, impiden la reutilización de este material que, en la mayoría de las ocasiones, además de no producir un valor agregado, acaba en tiraderos a cielo abierto y en ríos, que tienen como destino final el mar.
Así pues, el daño al medio ambiente es considerable: desde la contaminación de mantos freáticos hasta la muerte de mamíferos marinos atragantados con PET, a lo que debemos agregar, la perniciosa huella de carbono por no evitar actividad productiva innecesaria.
Hay que admitir que, en el Senado, se aprobó en noviembre pasado, la Ley General de Economía Circular cuyo espíritu es, justamente, promover la reducción de residuos, sin embargo, si dicha ordenanza no se acompaña de prepuesto y las correspondientes políticas públicas, en los tres niveles de gobierno, será letra muerta.
El fenómeno, va más allá de ser un tema de propaganda electoral, es tan grave, que compromete nuestra viabilidad civilizatoria, las consecuencias del cambio climático, asociado a la depredadora forma de producir y consumir, son patentes.
No se trata de una moda milenarista, hay la suficiente información, con base científica, que demuestra que, si el modelo económico no cambia, no habrá cubrebocas ni sana distancia que nos ayude. Por lo pronto, a los de a pie, nos toca informarnos.