El sonido y la furia
Martín Casillas de Alba
Charles Chaplin: El Circo de Pulgas con Phyllis y Henry.
Ciudad de México, sábado 12 de diciembre, 2020. – La peste bubónica es una enfermedad contagiosa provocada por el bacilo de Yersin que tuvo graves consecuencias en 1593 en Inglaterra y luego en 1603. No sabían cuál era el origen aunque los puritanos aseguraban que era por la maldición divina y los pecados que cometían o pensaban cometer los ingleses, hombres y mujeres que deberían llevar una vida recta y austera, que deberían rechazar a los poetas, actores y dramaturgos, deseando destruir los teatros como los hicieron en 1640. Todos.
Nadie sabía que se trataba de un bacilo mortal que se trasmitía por las pulgas que habitaban en las ratas, esas que llegaban en los barcos que atracaban en los muelles del Támesis para saltar con todo y sus pulgas, como Phyllis y Henry, esas que Charles Chaplin había domesticado para su Circo de Pulgas, donde seguía con la mirada los saltos con todo y las vueltas que daban.
Las ratas y sus pulgas se refugiaban y anidaban en las casas londinenses de lodo y madera, donde podían dar un salto mortal al brazo o al cuello del cristiano que la habitaba quien, en pocos días, se le escurría el alma del cuerpo con una buba blancuzca cerca de la mordida.
Hoy en día –Dios no lo quiera– se podría combatir con una buena dosis de estreptomicina pero, en aquella época, no había nada que hacer a pesar de que unos creían que era un castigo divino que, como rayo, les caía tanto a los inocentes como a los pecadores, matando en 1593 a unas cien mil almas enterradas, uno sobre otro, en las barrancas.
Otros creían que era por los planetas errantes que producían una mezcolanza funesta: “¡qué plagas y qué prodigios, qué anarquías, qué cóleras del mar, qué conmociones de los vientos!”, como escribió en Troilo y Crésida.
El ambiente londinense era depresivo y, si a eso, el dramaturgo le sumaba la muerte de su hijo Hamnet con apenas once años en 1596, no podía más que confirmar que los problemas no llegan solos: lo hacen en bola hasta desquiciarnos.
Por “si las pulgas” cerraban los teatros, como ahora lo han hecho en México y en el mundo. Entonces, escribió Venus y Adonis, un poema lírico dedicado al conde de Southampton –el Conaculta de entonces–, de quien recibió un buen apoyo y, por eso, le dedicó también La violación de Lucrecia y muchos Sonetos.
La muerte cundía sin diferencia de género, ¡ah!, pero eso sí, antes de que se declarara la plaga, Mr. Edmund Tilney, responsable de entretener a la Reina y a su Corte con mascaradas y obras de teatro, había preparado en el verano de 1593, antes que atacara la plaga y cerraran los teatros, la puesta en escena de un par de obras en Hampton Court con la compañía de actores “Los hombres de Lord Chamberlain”.
Así vivió esa década de su vida, en medio de una decadencia que se sumaba a la fatiga del invierno agobiador y a una primavera enlutada en 1603 tanto por la muerte de la reina Isabel I como por la maldita plaga que volvió a cundir y las campanas de San Pablo tocaban a rebato en señal de luto. Los teatros los volvieron a cerrar y la peste se llevó a otros treinta y ocho mil londinenses.
Si se leía en la puerta de una casa Dios tenga misericordia de nosotros, anunciaban así que había un enfermo o un difunto y que estarían en cuarentena. Todo era un caos: se oían los ladridos de los perros callejeros antes de morir en manos de los agentes de salubridad que los liquidaban en las calles de Londres creyendo que con eso acababan con la plaga. Por eso, seguían matando a todo animal suelto, incluidas las ratas con todo y pulgas.
Shakespeare escribió poesía que luego iban a escuchar a Julieta cuando decía desde el balcón: los amantes celebran sus amorosos ritos con la sola luz de su belleza…