José Luis Parra
No es lo mismo retirarse que irse. Andrés Manuel López Obrador no se ha ido. Pasea en la sombra de Claudia Sheinbaum, asoma en los rumores de Palacio y se filtra en los pasillos del poder como si su silla aún estuviera caliente. Y tal parece que su nuevo pasatiempo es apagar los fuegos que él mismo encendió en su casa morenista. O por lo menos elegir quién se quema y quién se salva.
Hoy el que huele a chamuscado es Adán Augusto López Hernández, alfil que pasó de presidenciable a prescindible, y que ahora vive cercado por escándalos que no se apagan con abrazos ni con mañaneras. Desde el Senado, el exgobernador de Tabasco lanza acusaciones y busca culpables. En la diana: Jesús Ramírez Cuevas, el exvocero presidencial, ese que siempre estuvo más cómodo detrás del telón que en escena.
Adán asegura que Ramírez es quien mueve los hilos mediáticos que lo exhiben con propiedades, números fiscales creativos y amistades peligrosas. Alega que su viejo rival usa sus contactos en medios para hundirlo. Que juega para la oposición. Que quiere verlo fuera del juego. Que ya lo traicionaron. Que, como siempre, los amigos de ayer son los verdugos de hoy.
Y a todo esto… ¿dónde está Claudia?
Ahí, en su papel de presidenta silenciosa, atestigua cómo su antecesor vuelve a meter la cuchara. Porque, según versiones bien informadas, el propio López Obrador ha tomado cartas en el asunto. ¿Para calmar las aguas? ¿Para que no se le descomponga el juguete antes del desfile del 1 de octubre? ¿O para ajustar cuentas en su agenda interna?
Porque lo que está claro es que la 4T es ya un campo de batalla. A la guerra sucia entre facciones se suman viejos odios, como el que Adán Augusto cosechó en Tabasco y que hoy le recuerdan con gusto personajes como Javier May, ese gobernador de pocas palabras y muchos resentimientos. Y mientras los tambores suenan, el expresidente baja a la ciudad, platica con senadores, mueve piezas, protege a los suyos y deja que otros se cocinen en su propio jugo.
Jesús Ramírez, ese operador silencioso, ha resultado más letal que Harfuch, más efectivo que los ministeriales, y más tóxico que cualquier fiscal. Según Adán, es él quien le ha armado la celada. No los jueces, no la prensa fifí, no la derecha rancia. No. Su enemigo está en casa.
Es el fuego amigo lo que lo tiene arrinconado.
Porque en la 4T ya no hay ideología que los una. Hay ambición. Hay traición. Y hay una presidencia que aún no arranca pero ya huele a sucesión anticipada. Y en esa atmósfera enrarecida, el viejo caudillo no se resigna al retiro. Vuelve, aparece, habla, negocia. Decide. Como si el poder tuviera prórroga.
Y mientras tanto, la supuesta unidad del movimiento solo existe en los discursos. En la práctica, todos desconfían de todos. Todos se espían. Todos se preparan para el golpe.
Y nadie quiere ser el primero en caer.
Por eso Adán no se va. Porque irse sería aceptar la derrota. Ser el primero en romper la cadena de lealtades fingidas. Ser el que prueba que la 4T se despedaza desde adentro.
La casa de AMLO arde. Y esta vez, no es la oposición la que encendió la mecha.
